DRAMATURGIA SOCIAL DE ANTONIO ACEVEDO HERNÁNDEZ (fragmento)

Sergio Pereira Poza







Con Chanarcillo se completa el registro legendario que el dramaturgo abrió en su etapa productiva más madura. Del total de las creaciones dramáticas de Acevedo Hernández, esta es la pieza que ha recogido la mayor cantidad de juicios de valor entre los críticos nacionales. La presencia de lo simbólico, que se entreteje con lo referencial directo, conforma una síntesis estética que señalará el camino por el cual la representación de la realidad dejará atrás la visión básicamente realista para proyectarse hacia un universo donde el mundo de las formas determinará sus propias verdades. El componente mítico y legendario de la historia terminaran por constituir el fundamento de la realidad de la obra, sometiendo al sujeto social a un conjunto de experiencias que lo pondrá ante la encrucijada de optar por una u otra vía de realización. Más que una historia de mineros, la obra se convierte en un documento humano y moral en el que el hombre es puesto a prueba a través de sus más acrisoladas virtudes. Su destino final aparecerá amarrado a la capacidad que demuestre por asumir un espacio donde pueda convivir, junto a la realidad sensible, con los elementos derivados del mundo impreciso y enigmático de lo maravilloso. El éxito de la misión de "El Suave" y "El Chicharra", con el que se rubrica la historia de Chañarcillo, se corresponde con este objetivo superior que traza el imaginario de la obra.

Los dos espacios nítidos que se representan en el planeamiento del conflicto de la obra aluden al mundo de los mineros reunidos en torno a la taberna de don Patricio y al que se asocia con los elementos sobrenaturales con los que deben enfrentarse los hombres que ansían encontrar las riquezas en las entrañas de la tierra. La superación de las antinomias que derivan de la confrontación de dos mundos paralelos se resuelven en esta pieza, haciendo converger una y otra dimensión de la realidad en un mismo plano de existencia, borrando con ello las fronteras que secularmente mantenía incomunicados a ambos niveles.

El espacio sensible se constituye en un microcosmos gracias a que dentro de sus márgenes se congregan los personajes que animarán la historia. La taberna de don Patricio es el eje en torno del cual pululan estas existencias marginales unidas por un mismo sueño: la de enriquecerse con los bienes que proporcionan las montañas, depositarias del rico mineral. Es un grupo humano heterogéneo que ha coincidido en un punto físico: "el pueblo de Juan Godoy" al interior de la ciudad de Copiapó en el año de 1842, punto que significa materializar o no los anhelos por los cuales emigraron a este remoto lugar del desierto. Sin embargo, es importante consignar que no a todos los mueve el afán de riquezas, sino que por el contrario: la llegada al pueblo responde a la necesidad personal de encontrar el paliativo a sus quebrantos y fracasos derivados de experiencias anteriores. "El Suave" viene huyendo de las consecuencias de un amor desgraciado que lo llevaron a despreciar la vida, buscando, en las inclemencias del desierto, la muerte. "El Chicharra" representa el típico hombre "del camino" que se coloca al margen de la ley, obligado por las circunstancias, producto del sistema neofeudal que impera en los campos, vejando y atropellando la dignidad de los campesinos. "El Cerro Alto", la expresión del espíritu trashumante que caracteriza al hombre aventurero que vive de probar suerte en diferentes lugares y en distintos oficios. También las figuras femeninas son llamadas a participar de esta clase de vida, huyendo de sus propios conflictos y miserias personales. "La Risueña" explica su presencia en el pueblo, porque se sentía sola, y por lo que habla escuchado, en estos lugares la gente era buena y generosa. Carmen trae consigo el historial de sinsabores y humillaciones que le depara una vida cruel.

Cada una de las historias que se entretejen en el devenir de la acción dramática es un retazo de la experiencia social que muestra a seres abandonados y sin esperanzas que buscan un espacio que le de la estabilidad de que carecen. El lugar que pareciera reunir esas condiciones deseadas es el floreciente mineral de plata, aunque en la realidad descubrirán que nada de aquello que se suponía encontrar existe. Por el contrario, el costo por mantenerse en un medio hostil como el que exhibe este mundillo de mineros, les exige una fortaleza y una capacidad de sobrevivencia que tendrá mucho de épico175 . Congruente con este aliento que el dramaturgo quiere insuflar a su composición, la identificación hecha de los personajes, cuyo papel está destinado a asumir una función activa en el curso de los acontecimientos, aparecen predicados por rasgos personales característicos que los definen en cuanto tales. El recurso que utiliza el dramaturgo para tipificar esos rasgos es el epíteto con un alcance similar al que la épica clásica acostumbraba a nombrar a sus héroes. En esta obra, la tónica que se descubre en la atribución de los epítetos está marcada por la función que desempeñan en el desarrollo del proyecto dramático, ya sea en la calidad de agentes del proyecto, ayudantes o beneficiarios del mismo.

El primer caso es el de los dos personajes a cuyo cargo está llevar a feliz término la empresa por extraer la plata de las entrañas de la tierra: Pedro y Juan. La acotación de entrada los presenta con el epíteto correspondiente y, en paréntesis, los nombres de pila. Pedro debe su apodo, "El Suave", por su hablar pausado y templado: "Soy como todos, aunque a veces me salga la conversación medio parecida a la de las personas decentes". Juan, por su parte, recibe el apelativo a causa de ser un "pueta" y un cantor: "A mí me llaman "El Chicharra"/ y soy bueno pa cantar". Sus nombres y apelativos encabezan el plan por conquistar el tesoro que encubren las montanas, y destacan por sobre el resto debido a sus cualidades personales y morales. Son estos atributos los que premiarán sus esfuerzos con el éxito, puesto que la opción que toma está atravesada de su un sentido profundamente moral.

Dentro del grupo de los sostenedores del proyecto, en calidad de facilitadores de la acción, está "A. Donoso", conocido en la obra con el nombre recogido del mundo de la elementalidad: "El Cerro Alto", aludiendo a su condición física privilegiada y a la fuerza que dimana de esa contextura; la acotación dice de él: "Cuando este personaje habla, todos celebran, porque le temen: es de alta estatura y de fuerza poco coma". Otro de los agentes que intervendrán en la ejecución del proyecto en calidad ayudante es Anita, identificada como "La Risueña", a causa de que su aspecto juvenil y risueño calza perfectamente con el epíteto que se le adjudica. Por último, el anciano personaje que aparece positivamente involucrado con la empresa de conquista, "No Se Fue", es el único de esta condición de activadores del proyecto que no se le presenta en la acotación de entrada con su nombre civil, aunque en medio de unas coplas interpretadas por él, revela que su nombre es Olivero Muñoz. La explicación estaría en que el veterano minero es una figura indefinible para los demás en términos de edad como de historial personal. Es un hombre que esta allí, no se sabe desde cuándo, y llegó, tampoco se sabe, de dónde. Es la figura que se identifica más con el mito que con un sujeto histórico. Sus palabras corroboran la aureola de misterio que lo envuelve: "Hey recorrío la valija por minas chicas y grandes ende Chañarcillo a Lomas Bayas... A mí no me da planetas nadie".

Asimismo, en esta galena de personajes de la obra existe un segundo grupo que lo conforman seres que no participan de manera directa en el desarrollo del proyecto, pero que están colocados en el "dramatis personae" entre los personajes que exhiben caracteres negativos: Maclovia y Germán Cárdenas. La mujer, que trabaja de sirviente de don Patricio, debe su sobrenombre de "La Planchada" a que su apariencia física trasluce una imagen de mujer flaca y sin formas. El rasgo negativo en el plano moral lo precisa la acotación al revelar que se trata de una "celestina consagrada y repugnante". El hombre se presenta con el apelativo de "El verde", cuyo sentido es una combinación de estados personales que terminan por validar su epíteto; dice la acotación de él: "El Verde (Germán Cárdenas) [...] Es un señor de cuarenta años de buen aspecto; ha venido a Chañarcillo a enriquecerse y no tiene idea de la gente con que trata. Es generoso y algo ingenuo". De la combinación de las dos actitudes, es decir, generoso e ingenuo, resulta el epíteto "Verde" que quiere decir inmaduro, aún "verde" para enfrentar las exigencias de esta vida minera de tanta inclemencia. El hecho de que este personaje sea el único que tiene en la obra su nombre civil completo puede ser atribuíble a que su existencia no corresponde con exactitud a la de un minero, y es así al conocer su historia; más bien se trata de un hombre que viene a probar suerte, desconociendo que en este medio no basta con fiarse de la buena ventura, puesto que están comprometidos fundamentalmente características personales que no solo exaltan la fortaleza física o la experiencia minera, sino la posesión de atributos morales que lo conviertan en un sujeto privilegiado en relación con el medio. En seguida, se trata de una persona que, por su aspecto, no revela marca ninguna que pudiera evidenciar una experiencia de vida dolorosa o accidentada. Dentro de las particularidades que muestra el estatuto épico de Chañarcillo, la posición que ocupa este personaje en el reparto es la última de entre los que aparecen involucrados con la suerte del proyecto. Se mantiene su acción al margen del proyecto y, por lo mismo, no amerita un tratamiento acorde con la significación épico-social que le adjudica el dramaturgo al resto de los personajes destacados.

En este mismo orden, el caso del personaje femenino Carmen, "mujer de veinticinco años, morena y resuelta", se coloca al margen de la situaciones que dan origen a estas denominaciones convencionales, según el grado de relación con el proyecto en curso. No se trata de que ella esté ausente de la gran inspiración que mueve a los mineros para alcanzar el éxito de la misión. Por el contrario, Carmen es la inspiración misma, desde el momento que la culminación del proyecto se hará invocando su nombre. En el modelo de reconocimiento de la participación de los personajes en la ejecución de este, el lugar que le corresponde es el de su Destinador, categoría que reúne precisamente la inspiración o fuerza gracias a las cuales el proyecto se desarrolla como tal176 . El principio que guía el desempeño de la mujer se basa en el reconocimiento explícito de que existe en ella un poder sobre humano que mueve a los hombres a seguir sus dictados. Su sola presencia provoca acciones desusadas que rompen toda lógica, como la que protagoniza otro de los personajes de la obra: Gabino Atienza al derramar todo el vino contenido en un barril a fin de descubrir, según él, el alma de la bebida.

La fuerza instintiva que dimana de la mujer, que desconcierta y sobrecoge a la vez, sirve de aliento a la acción peligrosa e inclaudicable: la evocación de Carmen llevó a Atienza, en una ocasión anterior, a encontrar el derrotero que lo hizo rico: "Piense que el derrotero que m'hizo rico lo hallé nombrándola a usté", y será por sugestión de "La Carmen" que "El Suave" y "El Chicharra" encontrarán El Muro de Plata.

Por último, en un rango diferente del reparto, se encuentra el resto de los personajes representados que manifiestamente traslucen rasgos negativos desde el punto de vista moral. Se trata de don Patricio y el recién nombrado Gabino Atienza. En ambos seres se sintetizan conductas que muestran un grado profundo de corrupción, en un caso, y de egoísmo enfermizo, en el otro. El primero se encarna en la figura del dueño de la taberna, un sujeto calculador, aprovechador y despiadado que se beneficia con las necesidades, ambiciones y miserias de los demás. La cómplice que le sigue en todas sus tropelías es "La Planchada", imponiendo un clima de terror entre los parroquianos que no se atreven a desafiarlo, pues bajo su mostrador esconde el arma de fuego que esgrime cada vez que alguien tiene intenciones de enfrentarlo.

La influencia que le da el dinero lo pone a cubierto de la acción contralora de la justicia y de sus funcionarios, lo que lo autoriza para actuar dentro de la impunidad total. Sus empleados y parroquianos pasan a ser objeto de sus maquinaciones y estafas, envolviéndolos con sus conductas torcidas. No hay quien se atreva a enfrentarlo, pues el control sobre todos lo ejerce manteniéndoles sus deudas siempre altas, de manera que al menor conato de resistencia el hombre les hace efectiva la deuda, o bien, como en este caso, impone su autoridad sobre las mujeres, haciéndoles sentir la dependencia económica que existe con él a causa de la protección y ayuda que les otorgó cuando llegaron por primera vez al pueblo. Este ambiente de sumisión es el que le facilita sus propósitos de llevar adelante los actos arbitrarios y violentos en perjuicio de los demás. Una de las víctimas de sus acciones torcidas es Cárdenas, a quien convencerá de la existencia de una mina rica en plata que él la ofrece a cambio de que el comprador acepte su sociedad. El retrato de "D. Patricio" se corresponde con los objetivos de denuncia que impulsa la escritura de estos dramas de carácter social, principalmente, en lo que atañe al cuadro de contradicciones que ofrece el sistema de relaciones y de poder existente at interior del mundo minero y popular. No es gratuita la imagen que entrega el dramaturgo de estos agentes que, proviniendo del mismo segmento social que el resto, manifiestan conductas intemperantes tan pronto como acceden a su cuota de poder, por minúscula e irrelevante que ella sea.

Con esta intención, asimismo, se representa la historia y actuación de Gabino Atienza quien, después de haber encontrado la veta de plata que lo convirtió, de un momento a otro, en un hombre riquísimo y, por lo mismo, déspota y escarnecedor de las dignidades de sus iguales, actuará de acuerdo con la nueva posición que le ha granjeado la posesión de riquezas incalculables. La venta de su hallazgo le dispensó ganancias que jamás nadie de su condición pudiera haber soñado alguna vez; sin embargo, su fortuna no ha sido hecha para crear las oportunidades a los demás con fuentes de trabajo permanentes, ni siquiera para mejorar su propia situación. Desechando su vocación minera, prefiere apostarlo todo a la actividad especulativa, vendiendo la propiedad de su yacimiento para obtener dinero rápido y fácil, para luego dilapidarlo. El autoconvencimiento de que esta prosperidad lo acompañará para siempre explica el comportamiento abusivo que exhibirá contra las mujeres especialmente a quienes las considera esclavas de sus caprichos y de su poder. Esta conducta es enrostrada por La Carmen en cuyo discurso se revela la condena social que despierta la actitud de quienes, hasta poco tiempo antes, compartían las mismas vicisitudes y las mismas miserias que padecían todos.

El sesgo doctrinal que se desprende de las palabras de la mujer deja al descubierto el sentido ejemplarizador que contiene la orientación total de la obra, denunciando aquellos renuncios que ponen al descubierto las grandes limitaciones que aún subsisten en la clase popular y que socialmente constituyen el lastre que impide que se encuentre la salida digna que necesita este sector de la población. La Carmen, con su clarividencia, resume la sensación existente acerca del destino de individuos que, como Atienza, termina en la miseria, viviendo de la caridad de los demás, después de haberlo tenido todo para engrandecerse ellos y quienes lo rodean. La posición de juez severo que asume el dramaturgo ante el espectáculo que ofrece el sector al cual él representa a través de su escritura, lo coloca al margen de cualquier sesgo o acomodo del punto de vista para representar la realidad en los mismos términos con que cualquier observador la contempla. En medio de esta cruzada reivindicatoria se desprenden todas las implicancias sociales y morales que tiene el programa emprendido por el dramaturgo. Este temple, sin embargo, no resiente la imagen de mundo propuesta por el autor, sino que, por el contrario, la enriquece desde un ángulo estético, puesto que su resultado se sostiene por las propias resonancias que adquieren los componentes del mundo representado.

Su mirada no es severa, en cambio, cuando se trata de representar situaciones en las cuales aparecen comprometidas figuras que, en una primera actuación, manifiestan comportamientos condenables, pero que, con el transcurrir de los hechos, experimentan transformaciones que reconcilian al hombre con los demás y con el entorno. Este seguimiento que el dramaturgo realiza de estos tipos sirve de base para plasmar en las acciones de los personajes el valor que para Acevedo Hernández constituye éticamente la base de la realización de los individuos, es decir, el amor. Este valor, cuyas reminiscencias axiológicas traspasan las fronteras del concepto convencional, se convierte en un tema recurrente en su producción dramática, por lo que no podía estar ausente tampoco en esta composición. Su fuerza cumple con la tarea de transformar a los seres, ganándolos para el espacio de las interrelaciones sanas y constructivas desde el cual es posible concebir potencialmente el camino de la recuperación. Un caso emblemático es el que se ofrece de la figura del minero llamado El Cerro Alto. De un comportamiento brutal e insolidario que muestra en sus primeros actos, deriva hacia una actitud humana y responsable; todo ello gracias al amor que nace entre él y la que hasta ese momento había pasado a formar parte del inventario de sus objetos femeninos: La Risueña. En un cuadro dramático lleno de intención, el dramaturgo nos presenta a un sujeto rústico, brutal y descomedido que vuelca su violencia contenida en los seres más vulnerables, como es el caso de la muchacha. Acostumbrado a tomar a las personas como toma a capricho las cosas, dispone de La Risueña, vejándola y maltratándola cada vez que encuentra la más leve resistencia. Su contextura recia y poderosa amedrenta a los demás, dejándolo hacer sin que nadie se atreva a intervenir. Ello contribuye a que el hombre haga objeto del escarnio a la muchacha insistentemente, siendo inútiles las súplicas de la muchacha y la intercesión de La Carmen, su amiga. No obstante, una circunstancia inesperada -"El Suave" se le cruza en su camino y lo vence en un duelo a cuchillos- le permitirá descubrir la naturaleza virtuosa de la joven al socorrerlo en su convalecencia de las heridas propinadas en dicho duelo. Gracias a ese sentimiento compartido, el minero escoge la opción del amor que, sin condiciones, le ofrece la mujer, único camino para comenzar a recorrer de nuevo la vida, pero con una meta clara en su proyecto de vida.

El contrapunto que se produce entre una situación y otra que le toca vivir a "El Cerro Alto" pone de manifiesto la teoría postulada por el dramaturgo, que reconoce, a través de la práctica de las virtudes, la fórmula que permite proyectar la situación de las clases populares hacia un estadio mejor y potencialmente perfeccionable. El amor, por encima de las otras virtudes, es la respuesta a las incomprensiones que se ciernen sobre el futuro de este sector que tradicionalmente ha sido marginado, más que por un determinante histórico, genético o ambiental, por un desconocimiento acerca de la verdadera naturaleza de los seres que lo integran. La dimensión afectiva en que se sitúa a las figuras de la historia -y que se formaliza por medio del reconocimiento de las virtudes que los encarnan busca revelar el trasfondo humano que existe en cada uno de los hombres del sector social empobrecido, lo cual los hace potencialmente valiosos, a pesar de que haya todavía focos sociales que se resisten a abandonar sus prácticas negativas desde el punto de vista moral. En esta como en las obras restantes, Acevedo Hernández se empeña en revelar aquellos atributos radicalmente humanos que acompañan sus existencias, buscando esa unidad inmarcesible que hace de los seres entidades que ocupan un mismo espacio en el cosmos. La figura de este minero es emblemática, porque, a diferencia de las figuras que se representan obedeciendo a sus rasgos morales que derivan de sus nombres civiles, muestra una dimensión humana capaz de volver a nacer de nuevo por obra del amor.

También, esta virtud es desplegada verbalmente cuando "El Suave" y "El Chicharra" emprenden la tarea de doblegar la resistencia de la naturaleza a enseñar sus riquezas que se anidan en sus entrañas. Cuando las fuerzas se debilitan, al extremo de querer renunciar a la empresa, la figura y el nombre de La Carmen servirá de aliciente para recuperar las energías y proseguir en su lucha contra los elementos. Su invocación trasciende el plano pasional para situarse en un orden absoluto en el cual la figura femenina asume el rango de inspiradora de las grandes acciones humanas. Su recuerdo tiene el poder de la fuerza que viene desde lo profundo de la especie y emerge violento para comunicar los bríos que los hombres necesitan para continuar en su lucha.

Este refortalecimiento en la fe en la mujer tiene, además, connotaciones religioso-populares al apelar a la presencia de La Carmen como el paliativo a los temores e inseguridades que afectan a los hombres en sus trances de mayor peligro. Se vuelve hacia la imagen femenina, como vuelven los mineros su mirada hacia la Virgen del Carmen, patrona del oficio y refugio de los solitarios y descaminados que buscan incansablemente la veta que los conduzca a la matriz del mineral. La Carmen simboliza esa creencia popular que se asienta todavía más en la conciencia de los dos mineros al asociar el momento que ellos viven con el que vivió Atienza, antes de encontrar el socavón de plata. Atienza cuenta que gracias a la invocación de La Carmela él pudo encontrar lo que halló. En el caso de los dos amigos, la mención que hacen de la mujer antecederá al instante en que se les revela El Muro de Plata. De esta manera, la figura de La Carmela se realiza en dos mundos de manera simultánea: el mundo de los sentidos, donde el sentimiento de ambos la ven y la sienten como la persona amada, y el mundo de lo absoluto, donde se la intuye como una revelación que los conducirá a la conquista del bien deseado.

Con la aceptación de la existencia de dos niveles de realidad en la conformación del mundo de la obra, se hace presente un espacio maravilloso, en el cual los elementos legendarios adquirirán la calidad de agentes del proyecto sobrenatural que busca su afirmación en la supremacía de su fuerza en relación con el mundo de los mortales.

El segundo espacio que se despliega en el universo dramático de la obra es depositario de una realidad que se plantea como la prueba última que el hombre debe enfrentar para encontrar metafóricamente el camino de la superación personal. Más que un factor opositor a la voluntad de conquista material que mueve a los hombres en el mundo minero, la obra lo exhibe como el escollo espiritual que el individuo debe superar en el discurrir de su existencia. Aquí no solo se pone a prueba la fortaleza y resistencia física del minero, sino los atributos personales que lo convierten en un sujeto merecedor de todos los reconocimientos a que un hombre virtuoso puede aspirar. En esta dirección, Chañarcillo, se transforma en la expresión de un viaje interior que realiza el hombre en busca de su propio conocimiento como ser humano, el cual está atravesado de obstáculos cuya capacidad para sortearlos representará un paso adelante en la tarea de alcanzar su realización personal.

Este espacio se expresa en dos dimensiones : el primero se caracteriza por la presencia de los elementos y, el segundo, por la existencia de seres legendarios y fantásticos.

El mundo de los elementos recupera su fuerza primordial instaurando realidades cuya naturaleza deriva directamente de esa creación primera. El primer desafío con el que se enfrenta el caminante es restablecer la senda que las montanas se encargan de enredar para desorientarlo. Cada escollo que se elude constituye el paso más que lo acerca al punto deseado. "Son oscuros y ocultos caminos; la muerte acecha en cada detalle; pero al final está la riqueza, la riqueza que es el poder, la felicidad; todo lo que el ser humano puede soñar (...)". El nivel de las riquezas se aparece como una meta alcanzable, aunque la culminación del deseo impone determinadas condiciones sin las cuales todo esfuerzo será estéril. Uno de los requisitos que establece la montana para acceder a sus riquezas es el de acreditar un grado de solidaridad con los demás que permita extender los beneficios de la conquista a cuantos los necesiten. La montana no premia a los vencedores para incrementar el respaldo material que significa descubrir la veta mágica; su exigencia apunta mas and de lo puramente material, comprometiéndose con lo moral en el sentido de que los bienes físicos deben constituir la base para realizar una acción social que favorezca a la mayor cantidad de necesitados. El éxito de un sujeto está en relación directa con los objetivos planteados al iniciar su marcha a la conquista del tesoro, objetivos que tienen que pasar primero por el convencimiento de que con el dinero "se puee hacer mucho bien".

Chañarcillo presenta como contrapunto de esta realidad un espacio con características que apuntan hacia una dimensión que excede lo racional para confundirse con lo legendario. Sin embargo, este espacio no funciona de acuerdo a la ley de los contrarios, sino que muestra una naturaleza adaptable a los requerimientos de los mortales, siempre que se cumplan ciertas condiciones que los hagan merecedores de su confianza en el plano ético. Con este estatuto, el espacio maravilloso se comporta según las tensiones que surjan en el momento que los afanes de los mineros se dirigen a dominar los obstáculos que el medio les opone. Más que una oposición al espacio de los hombres, hay un plan destinado a poner a prueba la validez y consistencia de las metas que se han fijado. Desde el punto de vista dramático, la función que desempeña este mundo al oponer dificultades a la consecución de los proyectos es la de una fuerza contraria, razón por la cual instituye en la obra el conflicto dramático.

Los componentes de este mundo están relacionados con aquellas fuerzas entrañables que exhiben un poder que solo lo administra dicho espacio, haciendo de él una meta casi inalcanzable, a menos que los mortales revelen una textura espiritual lo suficientemente firme como para que la naturaleza fantástica les permita acceder a sus secretos. Variadas son las incitaciones, muestras y señales que la composición de este mundo entrega como mensaje de que su realidad está disponible para quien aspire a desentrañarla. Pero no es una tarea para cualquiera, porque los caminos, los cerros, las piedras, las voces y sonidos de ultramundo, las visiones y apariciones, la furia de los elementos desatada, todo estará para probar la fortaleza y decisión de los buscadores de la felicidad. Con esta capacidad defensiva, la naturaleza surgirá de manera brutal ante todo intento por invadirla, y en lugar de convertirse en un lugar ameno e incitante, refleja una dureza extrema y una realidad mutante a los ojos de los curiosos que quieren abordarla. En letras de oro, la montana se insinúa a los peregrinos, advirtiendo de las riquezas que se depositan en sus honduras, pero advirtiendo también que acecha por los caminos la muerte.

Más que un obstáculo insalvable, la montaña se presenta como el desafío al hombre para poder vencer las resistencias materiales, venciéndose primero él en lo que tiene de egoísmo, de maldad, de inhumanidad. En estos términos, el conflicto que presenta la obra de Acevedo Hernández es una situación dramática que compromete los aspectos morales del individuo, metaforizando la conquista de la montana como el ascenso de que el hombre es capaz en la búsqueda de su propia perfección, que es, en la última fase de la escala, la felicidad. Pero no se trata de un ascenso tranquilo, por cuanto el camino está sembrado de dificultades, inclusive existe el peligro de que con el éxito de su misión, en lugar de conquistar la felicidad como el máximo bien, se deje engañar por los destellos engañosos de la riqueza material que lo lleva a caer en la intemperancia y en lo negativo. El desafío está en el hecho de que el hombre debe optar por una u otra alternativa de acuerdo con los valores y la práctica permanente de los actos virtuosos o la ausencia de todo ello. Luego, lo que la montaña enseña se relaciona directamente con las virtudes humanas, atributos que son los únicos que pueden abrir esos caminos ocultos y aclarar la senda que se descubre solo a unos pocos. La misión emprendida por "El Suave" y "El Chicharra" tiene la marca de lo revelado, cuya manifestación principal proviene de los propios cerros que han dejado traslucir sus intenciones, mostrándose enteros a través de la música que transmite la armonía del universo, siempre eterna e inmortal. Sin embargo, de sus acordes no se desprende un anticipo del destino que tendrá la odisea de los mineros; solo es la llamada para iniciar el proceso de búsqueda en una especie de oportunidad ofrecida por la naturaleza a estos dos hombres que van tras lo escondido, inspirados en ideales de hermandad y generosidad. La prueba de que no hay nada dado es que, para culminar la tarea, los mineros deben superar aquel orden interno impuesto por las leyes naturales y que se traduce en tres desafíos de carácter personal: el vencerse a sí mismo, el neutralizar los elementos y la obtención de la riqueza.

La acción de vencerse a sí mismo está representada como la expresión de un itinerario vital en el que el hombre es el protagonista de su propia acción rectificadora. La libertad que lo caracteriza es la base para establecer sus propios códigos morales, sin que medie otro factor que el de su propia voluntad. Se ofrece en el texto como un proceso de conversión espiritual que implica a los dos personajes. "El orden de montañas calvas y agresivas", "El pórtico de la más fantástica leyenda donde la imaginación árabe no ha logrado penetrar" y "El silencio sería sagrado si no fuera angustiante", términos con que la acotación introduce la parte tercera "El de profundis del desierto", entregan una imagen de poderío y de superioridad que obliga al ser humano a buscar en su interioridad la verdad que los lleva a conocerse a sí mismos : "Buscando la muerte me di cuenta del valor de la vía", expresa "El Suave" en los momentos en que los imponderables de la realidad le han exigido el mayor de sus bríos para poder afrontar las inclemencias del medio. También "El Chicharra" siente que tras el convencionalismo de su forma de actuar y de sentir, se esconde un nivel de realidad existencial que es capaz de descubrir y asumir sus contenidos absolutos: "Tenís razón, la cobardía está dentro de mí ; fuera de mi corazón, todo canta, todo lucha; solamente yo soy cobarde; solo yo no merezco ser hombre. ¡Vamos, vamos a morir en la demanda!".

La operación de enfrentarse con su propio yo y de reemprender el camino de la vida bajo nuevos principios es la prueba inducida a que la verdad del mundo los ha llevado. La experiencia alcanzada en el duro bregar por la subsistencia en un espacio que no hace concesiones y exige sin contemplaciones, les ha enseñado que la recta senda solo se da para quien está dispuesto a seguirla; nada es ajeno a la voluntad individual, y el hombre encontrará el bien anhelado, si procede conforme a su idea del bien: "Nosotros forjamos todo lo que nos pasa", dice "El Suave", enterado por el legendario "Hombre del Desierto" de que su aventura está marcada por peligros, presagios, vendavales.

El último objetivo lo constituye El Muro de Plata, la máxima prueba a que se somete al hombre en su marcha hacia la consecución de su proyecto de vida. Las variadas peripecias y sinsabores que tienen que conocer y experimentar antes de alcanzar la meta anhelada representan los peldaños que debe escalar el sujeto en su marcha simbólica hacia la superación de sus limitaciones humanas. La síntesis de las dificultades por las que los mineros tienen que vivir, descrita por "El Hombre del Desierto", establece el orden y la jerarquía que la naturaleza dispone para probar a los aventureros que se arriesgan a visitarla. Es el ritual de iniciación obligado que no se abandona sino hasta el último grado de dificultades que el sistema imponga. Muchos, sin embargo, han quedado en el camino, y a los menos, que han alcanzado a extraer la plata de los cerros, los ha sorprendido la muerte, de regreso a sus campamentos. Ambos mineros esperan un desenlace similar a sus intentos, a menos que las penurias pasadas hayan retemplado su espíritu y sus pasos los acerquen cada vez más a la veta soñada. Frente a la tenacidad humana, los esfuerzos por distorsionar la realidad que realizan "los brujos" de la montaña resultarán estériles. Al parecer, las pruebas a que se les ha sometido no han tenido el efecto esperado por este espacio hostil: aún pueden continuar su tarea y la fórmula es no cejar ante las inclemencias del medio. Hay pequeñas señales de la montana que dan a entender que, a pesar de todo, este mundo no los abandona.

La voluntad inquebrantable de "El Suave" por llegar al punto que motivó su misión revela la seguridad del hombre en sus capacidades y en su espíritu de lucha. El cambio operado en él es sintomático, ya que su objetivo a internarse en el desierto era originalmente buscar la muerte, instinto que será superado por la riqueza anímica que existe en él, haciendo prevalecer el contenido espiritual de la existencia, más que el de naturaleza sensible. La invocación a Carmen, y la decisión de compartir con el resto las riquezas en el caso que logren llegar a la veta buscada terminarán por premiar sus esfuerzos.

La llegada a la cima de las expectativas concebidas ratifica el deseo de ambos hombres de enfrentarse al compromiso de administrar la riqueza material con un sentido solidario y de la mano con la virtud de la prudencia. Estas cualidades explican el éxito de la misión de los mineros el cual, como se ha sostenido, no significa anular o eliminar la fuerza de la naturaleza, sino ganársela para el proyecto social y humano que hay detrás de la conquista de El Muro de la Plata.

El cumplimiento de las condiciones impuestas por el estatuto natural permitirá crear el espacio para hacer posible que el empeño, perseverancia, valor y consecuencia moral de los mineros, obtengan el final buscado. Cada lance acaecido durante el recorrido en pos de la veta, ha sido parte del proceso de verificación de los atributos personales y espirituales puestos en acto por la naturaleza. No se trata tampoco de un gesto gratuito del poder natural; lo mueve más bien un propósito ejemplarizador en el sentido de probar la fortaleza física y animica de los mineros, condición indispensable para recibir responsablemente el premio que el mundo natural les entrega en reconocimiento de sus virtudes.

Los términos del proceso que el mundo de la naturaleza desarrolla ante los dos mineros desafiantes se corresponden con las intenciones de revelar progresivamente los derroteros y vetas que conforman su constitución física. Más que una confrontación dramática con lo externo, el hombre que busca develar los secretos del desierto parte y termina enfrentándose consigo mismo por obra e influencia de los elementos presentes. Este mirarse hacia adentro va creando paulatinamente una identificación con la naturaleza, modificando sus actos y sus actitudes en beneficio de su propio crecimiento personal. El hecho de que "El Suave" modifique su decisión original de buscar la muerte como paliativo a sus frustraciones y desesperanzas, implica la presencia de la influencia bienhechora del espacio exterior. Logra superar el escepticismo y la conciencia de la muerte por el sentimiento de apego a la vida. La condición asertiva de su enunciación le permite construir un tipo de discurso en el que la idea de la esperanza se convierte en el impulso para emprender su odisea y pretender con fuerza su éxito. "Como yo te quiero mucho -le dice a su compañero de aventuras- y se que en la aventura morirías si fueras solo, te acompañaré. El desierto me ha mordío, pero me conoce. ¡lremos juntos!". En la resolución está expresada la voluntad por afrontar los riesgos que esta misión implica, aunque con la íntima certeza de que ella no se emprende al margen de las necesidades que impone el estatuto natural.

Esta relación solidaria que parece producirse entre el hombre y la naturaleza no tiene sólo un objetivo ético-moral, sino también refundacional. El texto de    Chañarcillo es enfático al señalar que las formal tradicionales con las que se acostumbra a asumir los compromisos humanos ante la vida, han contribuido a perpetuar los gestos de intolerancia, arbitrariedad e insolidaridad presentes en el mundo de relaciones entre los componentes del espacio popular. Las escenas que lo traducen están por doquier. Es el mensaje, por lo demás, que comunica la obra en su afán por identificar y denunciar los efectos negativos de carácter social que influyen en el retardo para salir de las difíciles condiciones de vida en que el sector proletario se encuentra históricamente en Chile. Es en este contexto, entonces, donde se produce un entrecruzamiento de propósitos de la naturaleza y de lo humano, en cuanto a que es necesario refundar las bases en las que se sostiene el sistema vigente, revisión indispensable para pensar en la construcción de un hombre nuevo para una nueva sociedad que, como lo expresa el mensaje de la naturaleza, albergue hombres "que andan, piensan y obran". La certeza de "El Suave" de que encontrará El Muro de Plata, porque así se lo han sugerido las señales emanadas de los elementos, lo convierte en una figura que desarrolla una gran capacidad estimuladora y persuasiva cuando se trata de reavivar las fuerzas alicaídas y fortalecer el espíritu para continuar firmes en la empresa que los ha llevado hasta ese punto. Pero también esta certeza lo carga de energías para eludir los diversos obstáculos que se le cruzan en su camino con claridad y decisión, y para acercarse cada vez más a lo desconocido. En los momentos en que las fuerzas flaquean y la figura de la muerte circula por entre los mineros, la palabra de "El Suave" será fundamental para contrarrestar los signos amenazadores.

Acto seguido, la acotación subrayará la intercomunicación establecida entre los elementos y el minero, creando la fórmula que convertirá el peligro en una invitación a la acción: "Empieza el son del órgano a llenar con su extraña y grandiosa melodía la inmensa soledad que subraya el desaliento, precursor de la muerte. El Chicharra ha logrado alzarse". La energía transmitida por "El Suave" ayuda a recuperarse a su amigo y retomar el camino que los llevará finalmente a la meta esperada. Es un aliento que no solo da testimonio de la convergencia de códigos entre uno y otro estado de la realidad natural y humana, al conjugar un mismo verbo de vida, sino también trasparenta la verdad de la existencia del hombre que enseña que sus logros nacen del caudal de fortaleza y energía que posee.

También, la fuerza de los elementos ejerce su poder sobre el hombre, contribuyendo a que éste se libere de sus fantasmas conculcadores y represores que lo mantienen alterado e inseguro ante todo. El espectáculo diáfano que la naturaleza ofrece en sus momentos de placidez y serenidad transmite una imagen de plenitud muy próximo al reino de la felicidad, lo que lo mueve a romper las amarras que lo atan a la realidad sensible, cuyos efectos causan el agobio y el temor por aquello que no es más que apariencia. La conturbación espiritual que produce en "El Chicharra" el sentirse huérfano de lo que siempre ha constituido para el sostén de su supervivencia, lo lanza a un estado de desesperación donde su mundo alterado se puebla de contenidos infraconscientes nacidos de sus obsesiones y temores ancestrales. El cargo de traición que le formula a su amigo por supuestas faltas a la amistad tiene el mérito de crear las condiciones para revelar los sentires más profundos de ambos, manifestados de manera fluida y espontánea, situación que nunca antes se había alcanzado debido a las premuras y demandas innecesarias que acompaña el vivir cotidiano.

La experiencia límite que ambos amigos están viviendo deja margen para que la verdad fluya sin contenciones, de manera casi liberadora. El estado de febril agonía en que se encuentra "El Chicharra" no solo lo lleva a visiones atormentadoras; también su sensibilidad se tensiona a un grado máximo que lo lleva a culpar a su amigo de querer a Carmen y ambicionar para sí la riqueza del mineral. Sin embargo, el espacio donde ocurren las confesiones y la sinceridad con que son formuladas no constituyen elementos desencadenadores de resentimientos o venganzas en ciernes. La lucha victoriosa contra los elementos les ha comunicado una nueva visión de la realidad en la que cabe solo la honestidad en el proceder y la consecuencia en el pensamiento. Si bien es cierto que las sospechas de "El Chicharra" son confirmadas por su amigo al reconocer su amor por la muchacha, este tiene claro, sin embargo, que su deber es no interferir en la felicidad de aquél, renunciando al derecho de conquistarla. La acotación que describe el momento del reencuentro de los amigos con Carmen deja en claro la sinceridad de los propósitos de "El Suave": "La Carmen suelta a "El Chicharra" y se abraza de "El Suave", mirándolo a los ojos con infinita tristeza; luego, apoyando la cabeza sobre su hombro, llora en silencio; él, conmovido y como si se tratara de una niñita de pocos años, la abraza suavemente, toma su cabeza y la besa en la frente".

No solo los elementos naturales participan de la operación de autodescubrimiento y de fortalecimiento de las virtudes de los mineros por medio de las pruebas a que son sometidos en forma sistemática, mientras dura su recorrido en busca de la riqueza minera; también las realidades del mundo sobrenatural se involucraran en el proceso. Son esas fuerzas misteriosas que se comunican a la distancia con los mortales, haciéndoles ver los mensajes que dejan para su reflexión; son los brujos o genios del desierto que juegan con las formas del mundo físico; son personajes legendarios que trasmitirán los misterios del mundo como El Hombre del Desierto; son, en una palabra, las "fuerzas misteriosas del desierto" que acogen solo a los señalados por el Destino.

El primer encuentro que los hombres tienen con lo sobrenatural se produce en el momento que deciden emprender su azarosa empresa de conquista. La fisonomía mutante que ofrecen las montañas con extrañas pero brillantes inscripciones en oro, y la música que surge de sus profundidades, son signos que insinúan, pero a la vez rechazan. La música, con sus acordes acariciadores provenientes de un órgano, envuelven con su armonía la voluntad de los mineros: "La música es suave como un canto de amor"; igualmente, las cimas de las montanas se iluminan cual cúspides incendiadas; todo desplegado plásticamente para cautivar al viajero; no obstante, los repentinos cambios de las formas de los cerros y los grandes desplazamientos de las rotas que "parecen huir", la furia de los elementos que se desencadena por encima de los cerros, disuelve toda forma y desordenan los caminos o derroteros. Esta imagen contrapuesta, que dimana desde las montanas, termina siendo una advertencia severa a los caminantes en cuanto a que su intimidad solo está reservada "a los señalados por el Destino". El juego de presencias y apariencias que se desatan arriba en la montaña,-evidencia el imperio de lo maravilloso cuya legalidad se encuentra en el lado contrario al de la racionalidad formal.

Esta revelación que conturba los espíritus de los mineros es la señal que los coloca en el sitial de los elegidos, opción que debe ser considerada como el reconocimiento de la naturaleza por las características personales de estos hombres. La voluntad por luchar en una realidad adversa implica enfrentarse a un mundo que muestra como prueba de su autoridad y poder el que miles de hombres como ellos hayan emprendido similar camino, pero sin que nadie haya podido alcanzar la gloria. El que se vea en ellos la oportunidad de romper el maleficio significa que han pasado a integrar el mundo de lo fantástico. La trayectoria de ambos, enmarcada dentro de una estricta conducta moral y el objetivo solidario que los impulsa a desafiar el mundo de lo irracional, los acredita para ser los exponentes de esta nueva experiencia que comienza. No obstante el reconocimiento que estos poderes hacen de su valentía y nobleza, constituye solo un primer paso dentro de este ejercicio de iniciación a que están sometidos. El resto del itinerario dependerá del grado de resolución que haya en cada uno de ellos para coexistir con la maravillosidad impredecible del entorno.

Una de las figuras insólitas del mundo de lo sobrenatural es la presencia de los brujos o genios que despliegan desconocidos recursos defensivos para evitar que intrusos puedan violar la intimidad de los espacios protectores de la riqueza, como cuando los mineros intentan apoderarse de las piedras preciosas que inundan todos los sectores del cerro. Ante el menor gesto por extraer una de ellas, "Se oye un gran estrépito como el de un trueno", señal que "El Suave" la interpreta como una advertencia de que si se persiste en ello, el cerro se encargará de aplastarlos. Pero el incidente de las piedras que defiende el cerro no implica una actitud agresiva hacia los mineros, sino un aviso de que la riqueza no está al alcance de todos; solo los elegidos podrán acceder a ella, siempre que den muestras suficientes de que son merecedores de tamaño galardón.

No existe un pavor por las apariciones o por las visiones; los hombres entienden que estas situaciones son creadas a propósito para poner a prueba su fortaleza; luego, son juegos que los brujos urden para incomodarlos o hacerlos desistir de su empeño. Quien llegue a conocer los códigos de la montaña podrá calibrar el sentido real que tiene lo misterioso en estos ámbitos.

El Hombre del Desierto traspasa de aliento legendario la hazaña de los dos amigos. Su existencia se interpreta como la figura encargada de prevenir y orientar a quienes se han internado en las profundidades de la montana acechante y que han olvidado los derroteros que llevan a la cima de los afanes de riqueza. Este personaje es presentado en el texto como "un hombre de edad indefinible, barbudo, recio, de estatura casi baja. Viste una chaqueta tejida con fibras de palmeras, unas botas inverosímiles y un sombrero también de palma". La leyenda le adjudica un poder maléfico que coincide con la llegada de la muerte para quienes se topan con él; inclusive, han intentado matarlo para ahuyentar así el designio, "pero no me han dado". Siguiendo el tenor de la leyenda, "El Suave" quiere a su vez eliminarlo, pero desiste cuando el hombre le demuestra su naturaleza inmortal: "No podría matarme, yo me defendería. Soy muy fuerte y no estoy extenuado como ustedes". Por lo demás, el conocimiento que demuestra de la vida anterior del minero, termina por desarmarlo. Su ubicuidad le confiere ese aire sobrenatural que inspira temor y rechazo, aunque la actitud del anciano no revela riesgo alguno. Solo su existencia sin tiempo en el desierto le ha proporcionado un caudal de información sobre todo lo acontecido, sobre sus arenas y en las profundidades de las montanas que renueva su condición superior a la de los mortales.

La incorporación de lo maravilloso a la textura de Chañarcillo convierte la representación de la realidad en un espacio de dos mundos, en donde uno de sus niveles escapa al dominio de la lógica, gobernándose de acuerdo con sus propios mecanismos maravillosos de sustentación. Simbólicamente, esta visión dual del espacio implica describir la realidad como una zona que presenta una dimensión ideal absoluta en cuyo seno se retemplan los valores y principios de los elegidos.

El desplazamiento de Acevedo Hernández hacia dominios suprasensibles corresponde a una esfera de creación que es consistente con los propósitos del dramaturgo de ofrecer una mirada plural a la realidad popular. Junto con obtener elementos indicadores del grado de humanidad que hay tras la aparente rudeza de sus hombres y mujeres, el autor extrae de estas experiencias maravillosas y legendarias realidades que reafirman la existencia de creencias, valores y visiones de realidad, cuyos contenidos dan cuenta de la presencia de un espíritu unitario y armónicamente orgánico, capaz de asegurar la cohesión social, único camino válido para enfrentar las nuevas condiciones de vida que impone el mundo del progreso. Desde Camino de flores, pasando por Los payadores y Joaquín Murieta hasta Chañarcillo, el mundo de lo sobrenatural compartirá funciones con la realidad sensible, creando una especie de tercera dimensión existencial en la cual los destinos humanos se guían en sus actos por el impacto que provoca la presencia de fuerzas superiores que manifiesta una vida análoga a la de los seres humanos. Esta analogía es lo que permite al hombre explicarse el curso que toman los acontecimientos cuando se trata de la opción de muerte asumida por la muchacha enamorada o el "pueta" fracasado. También, sirve de explicación la historia del bandido en California que terminará encabezando una lucha por la libertad o el éxito de los mineros al encontrar el tesoro de plata escondido en las entrañas de la tierra. En todos estos casos, el destino "natural" de las figuras tendrá su correlato con la vida de los seres sobrenaturales, cuyo sentido constituirá la fuente directa de la respuesta a muchos de los enigmas de la experiencia cotidiana del vivir. La intervención constante de estas fuerzas superiores en el acontecer humano permitirá atesorar un conjunto de principios, ideas y creencias que, por su carácter común, servirá de base al vínculo social, indispensable para construir un proyecto de vida mejor.

Del recorrido de la producción dramática conocida y divulgada de Antonio Acevedo Hernández, dos son las notas que representan un hito en la historia de la dramaturgia en Chile. Lo primero, dice relación con la posición estética rupturista e innovadora que exhibió en el transcurso de su vida creativa y, lo segundo, su programa dramático sustentado en lo social popular que fue ajeno al compromiso militante.

En medio de un férreo control oficial respecto de la producción, distribución y valoración de los objetos culturales, fue capaz de sobreponerse al dominio realista, ensayando una escritura que mostrara caminos alternativos a la práctica dramatúrgica. Esta opción estética no solo consistió en superar los marcos de la cultura literaria vigente, sino que implicó la instauración de un nuevo modo de ver la realidad en relación con los sectores más desvalidos de la población. El contradiscurso propuesto apuntó principalmente a desarrollar una temática social que, por encima de la identificación afectiva o doctrinaria, llevara al destinatario a juzgar críticamente aquello que se entrega como imagen a través del texto. Influido por las corrientes literarias europeas de fuerte contenido social de los primeros decenios del siglo pasado, utilizó recursos dramáticos que posibilitaron construir un texto que valoraba el distanciamiento y la fragmentación, técnicas desconocidas hasta ese entonces en el arte de la escritura dramática nacional. Con ellas, no solo afirmaba el principio de la participación activa del lector en la lectura de sus piezas, sino también terminaba con la ley de causa y efecto, tan cara a la cultura realista-naturalista de la época. En esta misma línea rupturista e innovadora, Acevedo Hernández supo diversificar los planos a través de los cuales se representaba el mundo de los necesitados. Además de abordar los diferentes aspectos temáticos vinculados con estos, escudriñó aquellas dimensiones maravillosas de la realidad que aparecían situadas más allá de la experiencia, pero que eran parte también de la realidad cotidiana de los hombres y mujeres representados en sus composiciones. El dramaturgo supo integrar todos estos niveles en una sola unidad de sentido en su afán por entregar una versión humana y trascendente de las clases empobrecidas de nuestro país.

La otra consecuencia que nos deja su producción dramática es que la marca social que presenta el conjunto de sus obras revisadas, sirvió de base para sugerir un modo de lectura que se sobrepusiese al tradicional, y consistente con la forma como el propio Acevedo Hernández pensó que debiera interpretarse su escritura. Una de las premisas del libro habló precisamente del reduccionismo con que se había leído la obra del dramaturgo por parte de una crítica cuyo discurso partía y cerraba su juicio, incorporando a su valoración contenidos partidistas, tanto en la construcción como en la significación del mundo representado. Se le atribuían al autor simpatías por uno u otro movimiento político de avanzada de la época, afinidad que, de alguna manera, se hacía presente en la construcción de la imagen de mundo de sus composiciones. Fue un juicio de valor demeritorio que acompañó al dramaturgo y a su creación hasta después de su muerte, y cuyos ecos, aún hoy, permanecen resonantes. El origen de este encasillamiento deriva del hecho de que sus preferencias estuvieron marcadas por la temática social, en un momento del acontecer dramatúrgico nacional en que se acostumbraba a representar lo social y popular desde fuera, sin arriesgar denuncias o soluciones que pusieran en riesgo la unidad del sistema. Acevedo Hernández, en cambio, habló del tema desde dentro, como exponente de clase como era. Esta circunstancia indujo a sus contemporáneos y al resto a leerlo bajo ese prisma. Por cierto, que esta impresión generalizada nunca agradó al dramaturgo. Él tuvo conciencia de que su proyecto dramático se situaba más allá del panfleto, porque el objetivo de poner de manifiesto las condiciones de vida precarias del segmento popular de la sociedad era parte de un discurso literario cuyo nivel de significaciones apuntaba hacia una realidad propia forjada solo por el concurso del lenguaje. Esta definición de su escritura es la que exigió que se aplicara cada vez que se estuviera ante una de sus obras. Si bien su temática social aludía a seres y situaciones extraídos de este espacio, su plasmación se hizo cargo de aquellos puntos que revelaban sus carencias y sus legítimas aspiraciones, pero también incorporaba aquellos componentes que denunciaban las contradicciones e inconsecuencias de su pensamiento y acción. No fue su dramaturgia complaciente o tendenciosa; fue poética por todo lo simbólico y trascendente humano que contuvo. Al menos, todas sus reflexiones y toda su obra estuvieron tras ese reconocimiento.




en: Dramaturgia social de Antonio Acevedo Hernández. Santiago: Editorial Universidad de Santiago, 2003, p. 400-421.

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175No hay que olvidar que el propio Acevedo Hernández calificó su obra como "epopeya social".

175Ana Ubersfeld, Semiótica teatral. Madrid: Cátedra, 1989, p. 57. Véase el capítulo segundo "Modelo actancial en el teatro", pp. 42-84.