ALMAS PERDIDAS

Comedia en tres actos

 

PERSONAJES

EL AGUILUCHO, Juan Tenorio

LAURITA, Carmen Serrano

ÓSCAR, Jorge Lazo

LA COMADRE JUANA, Teresa del Campo

EL BARRIL (Maestro de Obras)

LA ROSITA, Rosita Cataldo

EL PRIMERO ARAYA (POLICÍA), A. Montecinos

ÑA PETA (CIEGA), Elena Aranda

EL TURCO, Pepe Díaz (Chalupa).

PATAS DE LANA (SUPLEMENTERO), Pepe Díaz (Chalupa)

MARCOS PÉREZ (AGENTE DE PESQUISAS), Humberto Onetto

La acción en un conventillo. En Santiago, época 1915. Se estrenó el 9 de marzo de 1917.

 

ACTO PRIMERO

Habitación del Primero Araya. Puertas laterales: la derecha al conventillo, la izquierda a las habitaciones de las niñas, Laurita y Rosita; al fondo puerta que da a la calle. La sala es un puesto clandestino de licores. Muebles: mesa, mostrador; sillas pobres, damajuanas y botijos de vino; copas, vasos grandes, cuadros baratos (oleografías) que representan reyes y militares.

ÑA PETA (Ciega). Laurita, (que la conduce por la derecha).

LAURITA.

— Pase por aquí, siéntese. Le voy a servir desayuno.

ÑA PETA.

— Gracias, m'hijita. (Pausa). Qué güena sois, Dios te bendecirá. Yo te encomendaré en mis oraciones.

LAURITA.

— Muchas gracias. (Prepara y sirve el café). Tome. Aquí tiene pancito muy bueno, es amasado. (Le ofrece).

ÑA PETA.

— Gracias. Sta muy güeno. (Pausa). Qué linda debís de ser, hijita. Si tu cara es como tu alma habís de ser resplandeciente.

LAURITA.

(Sonrojándose). No soy tan buena, señora. Y con usté estoy obligada a ser buena. (Pausa corta). Yo sé que usté ha sido mi madre, que me crió con su leche.

ÑA PETA.

— Sí, m'hijita... ¡Cuántas veces te hei besao sin verte nunca! Cuántas veces hei tratao de adivinarte. Así como me imagino la cara de la Virgen como creí que sería él...

LAURITA.

— ¿Quién?

ÑA PETA.

— El padre de Óscar. (Silencio). (El recuerdo hace más dolorosa la expresión de la ciega). ¿Cómo es Óscar?

LAURITA.

— Es un joven muy simpático, y muy bueno, y... muy triste.

ÑA PETA.

— Creo que es muy desgraciao. Creo que lo aborrecen toos sin que él les haga na. Ya le han pegao. Cómo resistía ese dolor tan grande que lo tuvo postrao montón de tiempo... Se reía y cantaba a no darme pena.

LAURITA.

— Sí me acuerdo... yo...

ÑA PETA.

(Continuando). Pero sufría... También lo sentí delirar, llorar: los ciegos adivinamos y sentimos con el deseo. El me creía dormía... M'hijito tan güeno. No sé qué irá a ser d'él. Y cuando pienso que vive por mí, que nunca conocerá a su padre... quisiera llorar a gritos, pedirle perdón de roíllas. ¡Es muy grande el cargo de una madre!, muy grande. Laurita... no puedo más. ¡Vos también serís desgraciá; también bebiste de mi leche maldita! (Llora).

LAURITA.

— ¡Mamita! No se aflija. Óscar es muy decente, es un caballero, vale más que toos, sabe hasta música ¿no ve? Por eso lo aborrecen porque no es igual a estos perros conventilleros.

(La Comaire Juana, que alcanza a oír las últimas palabras, por la derecha).

LA COMAIRE JUANA.

(Saliendo). No hay que despercudirse mucho, m'hijita. No hay que hablar de conventilleros porque toos lo somos... Aquí no hay diputaos; ¡miren qué niñitos! No le tienen odio a Óscar por lo que sabe, ¿qué es eso? Si los chiquillos quisieran aprender, ¿qué les costaba? ¿Creís que Juaco no sabe cantar y es hasta pueta?

ÑA PETA.

— Me voy; no quiero oír a esta mujer.

NA JUANA.

— Y lo arquichos que son toos. Creís, pobre ciega, pesó e sangre, que porque Osca es hijo e caballero, tiene más que los otros, ¿qué es blanco? Y qué pocos huesos botaos al llano que no hay. Lo mejor sería que juera más hombrecito, más de ñeque. ¿Lo convían a tomar un trago? no, le hace mal... ¿A bailar? no sabe... Me le hace que no es ni hombre el pobre. (Ríe)

LAURITA.

— No es como usté, ni como su ralea infame.

ÑA JUANA.

— ¿Tai de abogá de tu suegra? ¡Ja, ja, ja! ¿Creís que tu taita te va a permitir ese medio hombre?

LAURITA.

— Él es decente, no es ladrón como su hijo, como usté…

ÑA JUANA.

— M'hijo suele negociar con tu paire...

LAURITA.

— Por Dios...

ÑA JUANA.

— Me voy a ir, niña, no te quiero manchar. Da mico venir a comprar aquí. Claro, cualquiera cree que los pobres necesitan a los pobres y que en los conventillos no hay señoritas del portal. (Mutis izquierda)

Voz del Aguilucho.

— Pa ónde va, mamita; venga a servirse un trago.

ÑA JUANA.

(Dentro) No voy yo; ta la señorita, la hija del presiente con la suegra, no pueo pasar.

Voz del Aguilucho.

(Dentro). Pase no más... Mire que toque... ¿No le vamos a compra con plata? ¡Meconcito! Que se vengan a entallar conmigo. Miren que niña e nieve había llegao. ¿Se deshacerá pues? Vamos... (Salen por la derecha).

AGUILUCHO.

— Guenos días, Laurita. ¿Cierto es qu'está enojaíta conmigo? ¡Tan relinda que es! Por la maire, se parece a la reina e Francia. Cómo se va a enojar con quien la requiere... Mecón que por usté soy capaz de dar lo más guardao... el mesmo corazón malo y negro que tengo; la vía perra; toos los riales que les gano a la gallá. ¡Bah! por usté soy capaz de cantar misa. (La mira sonriendo). Creo que está de luto. Tan formal que l'han de ver. (Pausa). ¿Me va a vender un traguito ah?

LAURITA.

— Sí, le voy a vender.

AGUILUCHO.

— Claro. Si yo sabía que no me había de dejar feo. Yo sabía lo requetegüena que es usté con los pobres.

LAURITA.

— De cuál quiere, ¿chicha o vino?

AGUILUCHO.

— Usté dirá, mamita.

ÑA JUANA.

— Yo quiero una copita e menta.

AGUILUCHO.

— Ya l’oyó, Laurita.

LAURITA.

(Sirve). Aquí está.

ÑA JUANA.

— Dos copas.

AGUILUCHO.

— A mí póngame una doblaíta de la baya más dulce que tenga.

NA JUANA.

— ¿Vos vai a tomar chicha dulce? i,Vai a dentrar a las monjas?

AGUILUCHO.

— Es que de esa le gusta a la Laurita, y como ella me va a acompañar...

LAURITA.

— Aquí tiene. (Le sirve un vaso grande y le pone una copa).

AGUILUCHO.

— Ponga otra copita.

LAURITA.

(Poniéndola). ¿Va a tomar en dos vasos?

AGUILUCHO.

— No; es pa que me acompañe. ¿Que no cacha que se la voy a hacérsela? (Llenando las copas y ofreciéndole). Se l'hago, Laurita... Con lo que puea. No me deje feo, pues.

LAURITA.

— Yo no puedo tomar; acabo de servirme mate.

AGUILUCHO.

— Güen dar. Me va a despreciar... Claro, soy pobre... Pero no ve que uno puee tener desconfianza. Cómo sé yo si baya sta envenená, sáquele el veneno pa no morir solo...

LAURITA.

— Le digo que no puedo...

AGUILUCHO.

— Güena cosa. ¡Pa qué diablos nacerá uno! ¡Pa que lo desprecien! (Deja la copa).

ÑA JUANA.

— Déjala. Ya sabís que tiene a quien querer. A la juerza no es cariño... Y tuavía las gatas suelen tener lamparones. (Pausa). Ña Peta, ¿quiere servirse una copita e menta?

 ÑA PETA.

— Muchas gracias, no pueo...

ÑA JUANA.

— Ya lo sabía yo. Lo hice por vela no más. Miren que par se ha juntao. Vamos, Juaco.

AGUILUCHO.

— Me da pena, mamita. Y me queo consierando. Oiga Laurita, por qué no me escribe una gota que sea...

ÑA JUANA.

— Machuca, cárgale... Vis que no quiere y dale...

LAURITA.

— Si no lo desprecio. Yo no desprecio a nadie. Pero le digo que acabo de tomar mate.

AGUILUCHO.

— Eso jue pal desayuno. ¿No quiere? Ta bien, parece que tuvieran algo de oro... que no jueran de carne y hueso como los demás. (Apura una copa). No pueo... ta más amargo que la pena que me agarra el corazón. Este corazón de perro que Dios me dio. (Pagando). Aquí tiene too. (Medio mutis).

(La Rosita por el foro, con unos paquetes).

ROSITA.

— Buenos días. ¿Cómo'sta, Joaquín?

AGUILUCHO.

— Ya me ve; como siempre, espreciao...

ROSITA.

— ¿Cómo así?

AGUILUCHO.

— La Laurita no me ha querido recibir una gotita e chicha, me ha faltao poco menos que llorarle. Y no l'hei llorao porque me da vergüenza no más. Que dirían: Juanco Flores, llorando porque lo esprecea una mujer de carne y hueso lo mesmo que él. Si somos lo mesmo, Laurita. Los dos tenimos que morir y los hombres son lo mesmo toos.

ROSITA.

— Es que la Laura es muy matera. Yo lo acompañaré, no se vaya.

ÑA JUANA.

— Benhaiga la boda e Rosa. Así habías de ser, Laura, como tu hermana, condescendiente. Pero no se te dé na... Ya te amansarán.

LAURITA.

— ¿Me amenaza?

ÑA JUANA.

— Quién te va a amenazar a vos... sultana.

LAURITA.

— No vis, Rosa, cómo me insulta...

Rosa.

— Hay que tener paciencia con la gente, Laura. Con ese genio a ónde vamos. Ándate pa entro.

LAURITA.

— Vamos ña Petita. (Mutis).

ÑA JUANA.

— La Laura quiere mucho a la ciega.

ROSITA.

— Usté sabe que mi mamá murió cuando tuvo a la Laura, que nació de un tiempo, el mismo día que Óscar, el hijo de la cieguecita. Entonces mi papá se la dio a criar; son hermanos de leche los dos.

AGUILUCHO.

— Por eso se quieren tanto. (Beben). Lléneme otra vez el vaso, Rosita. Tengo pena no sé por qué. Me parece que me a pasar algo. Yo hei sío muy fatal; pero no soy malo. (Pausa). Usté sabe que yo'stuve en la cárcel. Allá me enseñaron a zapatero y a peliar a cuchillo y a odiar a la justicia. ¡En cinco años se sufre mucho!

ROSITA.

— ¿Y por qué lo llevaron a usté, preso?

AGUILUCHO.

— ¿Por qué? El hombre encopao no sirve más que pa averías. Yo'staba de novio con la Celinda, hoy muerta.

ÑA JUANA.

— Dios la tenga en los santos reinos. Toos los domingos le ofrezco la misa que oigo.

AGUILUCHO.

— La maire, ña Justina, le lavaba a un jutre impliao creo que en el Ministerio. La Celinda no tenía na e mala cara; y era muy risuita... mucho... Parece que "les decía" a toos los hombres... ¡Lo que me hacía sufrir! Es claro, como los ojos de ella no podían star sin decir: "yo soy bonita y quiero que me quieran"; tamién le ijo al jutrecito. Y u día... ¡Ah! no me quisiera acordar... Pero me enceguecí... Y con un cuchillo zapatero, le hice herías, muchas herías! ¡Quería que le saliera del cuerpo toa esa sangre ardiente, pecaora, que le hacía andar ofreciendo risas, matando almas que sabían querer... (Pausa). Cuando cayó al suelo, llorando, su boca no reía... Y eso... era lo que yo deseaba! ¡Quería que sufriera, que llorara, que sangraral... ¡Y la abracé y la besé mil veces, loco, completamente loco! (Pausa). La quería tanto, que mi alma habría sido poco pa dársela a ella. (Pausa).

ROSITA.

— ¿Y después?

AGUILUCHO.

— Algún tiempo en la Casa de Orates. Y después... cinco años de cárcel. Antes, peón honrao, después, presidiario, ladrón, odiao y miserable... llena el alma de venganzas y deseando matar hasta... las sombras de los que creía se burlaban del presidiario!

ROSITA.

— ¿Y ella?

AGUILUCHO.

— Ella... murió... Dicen que llamándome...

Me quería y la maté. Maté lo mío... era mía... ¡el amor me l'había dao! (Llora). Mamita, usté nunca sabrá consolarme porque no me compriende. ¡Usté quería que yo juera diablo! (Pausa). Póngame vino, Rosita. Borracho no siento; y cada vez que tomo me parece que se me van las fuerzas... veo que me voy muriendo... ¡Y eso es lo que quiero!

ROSITA.

— Vaya a misa, encomiéndese a Dios.

AGUILUCHO.

— Dios no quiere a los malos si no pal infierno.

Y yo soy malo, no pueo ser güeno: soy asesino y ladrón! (Bebe mucho). La Laurita se parece a la Celinda en la cara, en el cuerpo; pero ella no ríe com, otra, otra... Si ella... la Celinda, no hubiera tenío esos ojos... y esa risa... yo sería feliz... feliz... (Bebe y sale tambaleándose).

ROSITA.

— ¡Pobre niño! ¡Cuánto debe sufrir!

ÑA JUANA.

— Y lo peor es que mecha la culpa a mí. El día menos pensao me va a matar.

ROSITA.

— No, no es capaz...

PATAS DE LANA.

(En la calle) “Mercurio" y "Diario".

(Sale). "El Diario" pal Primero y "El Mercurio" pa Óscar. (Pausa). Oiga, ña Juana, dígale a Juaco que las eche. Le andan echando el ojo los cómicos por lo del sábado.

ROSITA.

— ¿Por lo del Sábado?

PATAS DE LANA.

— ¡Ah! Usté sabe. El Sábado Juaco "afanó" al Prefeuto de Policía... Y, algún envidioso lo denunció. Creo que a estas horas lo andan buscando. Pa llevalo en "cana". La fortuna que los cómicos me preuntaron a mí, como saben que yo las acuño...

ÑA JUANA.

— ¿Y vos qué contestaste?

PATAS DE LANA.

— Les ije que la había arrancao pal puerto.

Pallá telegrafiaron. Lo güeno sería que se escondiera Juaco... No ve lo que dice "El Chileno". (Lee trabajosamente). "Nuestros... lectores... están informados... del audaz golpe de mano de que fue víctima el prefecto de policía de esta capital. Golpe de mano, ¿lo ve? (Continúa). Mejor informados, podemos asegurar que la policía sigue de cerca la pista del ratero Juaco Flores alias el Aguilucho. A Juaco lechan la culpa... (Lee). Según declaración del suplementero Fernández alias Patas de Lana, el ladrón habría huido a Valparaíso. ¿Cacha? los eché pal Puerto a veranear. Se han tomado las medidas del caso". Ya ve, ña Juana, que no'stoy mintiendo. (Vase).— "El Mercurio"...

ÑA JUANA.

— El ratero Juaco Flores... (Repite varias veces la frase triste).

LAURITA.

— Mira, Rosita, por qué no le dices a tu marido que le dé trabajo al hijo de la Carmelita, ¡ah! si'sta pobre!

ROSITA.

— Le diré. A ver si así pagan alguna vez el arriendo.

ÑA JUANA.

— Esta chiquilla es muy güena. Si no juera tan metía a rica, no "habiendo" perla.

LAURITA.

— No, ña Juana, si no soy metía a rica. Es que yo no pueo ser como las demás niñas de mi edad, que se emborrachan y que no saben ni de su nombre. ¡Yo quiero cambiar de vida!

ÑA JUANA.

— Hay que mirar. Oye, cuando niña, yo pude haber casao con un bien decente; pero como a juicio de toos era un bosqueriento, lo especié pa casarme con un cuairino. No fue malo el pobre. Lo mataron en una pelea. Toos los días le rezo. (Asomándose al foro). Bah, aquí viene el señor Araya.

(Sale el Primero Araya por el foro).

ARAYA.

— Buenos días, chiquillas. ¿Cómo'sta, comaire?

ÑA JUANA.

— Bien, señor... compairito. Too lo bien que puee estarse con tanta escasez, ¿Y usté como 'sta?

ARAYA.

— Yo, como siempre, arrestando infelices. Algunos piden a gritos que los lleven a la Comisaría. No hacen más que ver a un guardián y empiezan a bravear. Y paco arriba y paco abajo...

ÑA JUANA.

— Paco asoliao, paco verdugo. Es muy frita la gallá.

ARAYA.

— Too lo que los pacos hacen es abuso. Toos los día la Policía come; pero es muy amargo ese pan. Y en todo caso, para el pueblo, el paco es el culpable, y así engendran el odio, que se desborda, que aparta al pueblo de los pacos... que si proceden lo hacen porque están hartos de humillarse oyendo groserías.

ÑA JUANA.

— Algunos son perrazos, no los pueen ni mirar.

ARAYA.

— Siempre está el pueblo hasta con los más grandes criminales. La cuestión es herir a la policía.

ROSITA.

— Y hasta a las que quieren a los policías les ponen nombre.

 ÑA JUANA.

— Me llamó y no me ijo "paquera".

ROSITA.

— Como si los pacos no jueran hombre. (Laura se ha entretenido arreglando el negocio, limpiando, etc.)

ARAYA.

— ¿Pagaron el arriendo las Leiva?

ROSITA.

— Trajeron diez pesos.

ARAYA.

— ¿Y la Carmela?

LAURITA.

— Papá, la pobrecita no tiene ni qué comer. Yo le tuve que llevar el desayuno.

ARAYA.

— Qué vamos a hacer. Tendrá que desocupar la casa.

ROSITA.

— Yo le voy a decir a Ramón que ocupe a Pedro y así le pagarán.

ARAYA.

— También es bueno. En suma, ¿cuántos han pagado?

ROSITA.

— Diez.

ARAYA.

— De treinta... no está malo, no tendrá de qué quejarse el patrón. Bah, Ramón. (De la puerta).

ÑA JUANA.

— Tan güeno que es el señor Ramón. Cuando uno'sta con se o con ganas de pitar, no habiendo pa darse güelta.

LAURITA.

— Es muy güenazo... más burro...

ROSITA.

— ¡Laura!

LAURITA.

— ¡No te enojís oh! (Sale Ramón -El Barril- por el foro).

BARRIL.

— Por aquí vengo. ¿Qué se dice? Toos güenos. Mialegro.

 ARAYA.

— Como 'sta de trabajo. ¿Acertó?

BARRIL.

— En la pura boya. Óscar mayordomo y yo maestro mayor. ¡Este pollito! No voy a negociar na is qué...

ARAYA.

—¿Cómo?,

BARRIL.

— Siendo Óscar el pagaor y yo el que pone los sueldos... es muy fácil. Le pongo, por ejemplo, a unos cinco pesos y Óscar lo saca a pago a cuatro y de lo demás los repartimos miti-miti, ¿ah, me ijo?

 LAURITA.

— Es un robo y Óscar no querrá robar; yo le conozco, es incapaz de canallerías como esa...

BARRIL.

— Calle, hijita, usté no sabe vivir, ya verá como Oscarito cierra la conciencia y abre el bolsillo y usté le admite algún regalito...

ÑA JUANA.

— Cómo se lo había de llevar el moro...

ARAYA.

— Claro; la cuestión es hacer plata, que a fin de cuentas, es lo único que luce. A dónde vamos con honradez si esa virtud no se come: Si Oscar no quiere es un tonto.

LAURITA.

— No aceptará.

BARRIL.

— Él lo ha de ver. La del diablo es que si m'estorbas, le puee pasar alguna desgracia.

LAURITA.

— Usted lo molestará. Pero...

ARAYA.

— Cállate.

ROSITA.

— Esta... da gusto.

BARRIL.

— Son así mientras no saben lo que cuesta la plata.

LAURITA.

— Por que sé lo que vale me opondré toda mi vida a que la roben al que la gana honradamente.

ROSITA.

— ¡Cállate! (Pausa). El hijo de la Carmelita está debiendo la casa... me encargó que le dijera que le diera que hacer.

BARRIL.

— Cómo no... si se cuadra...

ARAYA.

— Claro si para la voz.

LAURITA.

— Qué hará, está necesitado...

ARAYA.

— Vaya, voy a ver los arrendatarios.

(Óscar, que sale por el foro con unos libros de oficina)

LAURITA.

— ¡Óscar! (Le sale al encuentro).

BARRIL.

— ¿Qué hubo, jovencito, va a arreglar los libros?

OSCAR.

— Sí.

BARRIL.

— ¿Cuántos operarios hay?

OSCAR.

— Setenta.

BARRIL.

— ¿Cuánto le pagan a usté?

OSCAR.

— Ciento sesenta pesos.

BARRIL.

— No es mucho.

ÓSCAR.

— Ni poco: para mí es bastante, no tengo vicios y luego somos dos... y en crisis... ya hacía tiempo que no trabajaba...

ÑA JUANA.

— Es que a usté le gustan los oficios finos. (Haciendo silbar la voz).

OSCAR.

— Creo que no nací para trabajar excavando fosos.

BARRIL.

— Eso no lo sabemos, eñor. El mundo tiene güeltas.

ÑA JUANA.

— No hay que sacudirse tanto... todos los días no son viernes.

OSCAR.

— Para los honrados, los días son los que son. Es igual, no temo a las vueltas del mundo, ahora con permiso. (Va a salir). ¿Laurita, préstame tu frasco de tinta roja, quiéeres?

LAURITA.

— ¿Nada más? Voy a buscarlo.

BARRIL.

— Oscar, a vos te gustará ganar plata...

ÓSCAR.

— Claro...

BARRIL.

— Entonces, hagamos un negocio bien "mandarán"... ¿ah?

OSCAR.

— ¿A ver?

BARRIL.

— Se los abre el apetito...

OSCAR.

— Según...

BARRIL.

— ¿Vos vai a pagar la gente?

OSCAR.

— Sí.

BARRIL.

— Se puee hacer... (Pausa). Vos sabís que el tiempo 'sta malo. (Pausa). ¿Qué sueldo tendrán los gallos?

OSCAR.

— Creo que seis pesos.

BARRIL.

— Como 'stan los tiempos por cuatro ruegan.

OSCAR.

— Este ingeniero no es malo.

BARRIL.

— Oye, vos pedís toa la plata a ese precio. ¿Te la darán?

OSCAR.

— Claro...

BARRIL.

— Al fiel entonces, ñato. Pedís la plata y pagamos a cuatro pesos en medias... Qué le vai hallando.

OSCAR.

— Me parece un robo.

(Laurita, que vuelve. El Aguilucho, por la derecha, fijándose intensamente en el diálogo.)

LAURITA.

— Aquí tienes la tinta.

OSCAR.

— Gracias. (Al Barril). Creo imposible ese negocio. Yo no puedo hacerme cómplice de un despojo tan asqueroso.

BARRIL.

— ¿Despojo?

OSCAR.

— Claro, pues. ¿Pero es posible que a usté se le ocurran esas cosas?

BARRIL.

— ¿Y qué tiene?

ÓSCAR.

—Casi nada. A usté le parece que trabajan poco los compañeros? Trabajan mucho y ganan poco; ¡no hay derecho a robarles!

BARRIL.

— Vos soy un leso. Te va a pesar. ¡Conmigo no se engalla naide!

ÓSCAR.

— Yo no le temo a usté. Y ahora mismo lo acusaré de ladrón ante los compañeros.

BARRIL.

(Amenazante). ¡Mira lo que decís!

OSCAR.

— ¿No es ladrón usté? ¿No quiere adueñarse de una parte de lo que ganan sus compañeros, sus miserables compañeros del conventillo, que se emborrachan y se ofenden unos con otros porque no tienen conciencia de sus deberes ni de sus derechos?

BARRIL.

— Y muy bien que viven. ¿Sentís cómo se afligen? (Suena una guitarra).

OSCAR.

— ¡Cantan! Los pobres cantan de pura pena. La tristeza del pobre no se calma ni con el vino ni con el llanto. Es una fuente de fatalidad, una eterna sombra. ¡Por eso los quiero y deseo que sean mejores! (El primero Araya por el foro, contempla silencioso la escena, haciendo gestos a El Barril).

BARRIL.

— Y lo que te quieren ellos...

OSCAR.

— No me comprenden.

BARRIL.

— Toos saben de quién sois hijo...

OSCAR.

— ¡Ya salió la madre! Mi madre no es trapo para limpiar bocas asquerosas. Así es que le ruego que la suelte.

BARRIL.

— ¿Te querís engallar?

OSCAR.

— ¿Quién se va a engallar con el rey...?

BARRIL.

— Entonces, métele, pues guapito, honraíto...

LAURITA.

— ¡Cállese, perro!

ARAYA.

— ¡Laura!

 (Ña Peta por la derecha)

Ña Peta.

— ¡Óscar!

OSCAR.

— No venga, madre, la están ofendiendo... ¡Me da una rabia tan grande! ¡Cierto es que tengo menos fuerzas que usté, pero va a llegar el día en que no resista y le rompa el alma por canalla!

BARRIL.

— Rómpela, pues, ¡oh! Agora voy y te deshago de una guantá. Miren que gallo...

OSCAR.

— ¡Pero! (Con ira).

AGUILUCHO.

— Y usté, iñor, es muy gallazo. Porque el otro niño no quiere robar, usté le quiere pegar y tuavía le saca la maire... Péguele... Le juro que si le atoca le saco la remaire a combo. Yo no soy niño elicao. Compriendo lo que es él y me arrepiento de las veces que lo hay ofendío.

LAURITA.

— ¡Juaco!

OSCAR.

— ¡Compañero!

AGUILUCHO.

— Amigo, su amigo quiero ser. Admítame.

OSCAR.

— Con toda el alma.

AGUILUCHO.

— Soy presidiario, hay robao y hay matao.

OSCAR.

— Pero ha sido la vida lo que lo ha arrastrado. En usté vibra un alma grande capaz de comprender lo bueno y lo noble.

AGUILUCHO.

— ¡Amigo!

OSCAR.

— ¡Para siempre! (Se abrazan y cae el telón).

ACTO SEGUNDO

(La misma decoración)

(Anochece. Laurita, la Rosita afinando una guitarra)

ROSITA.

— Hoy va a venir don Marcos Pérez.

LAURITA.

— ¿El comisionado?

ROSITA.

— El detective como él se hace llamar. Es un hombre muy gracioso.

LAURITA.

— No lo encuentro mucho: al contrario, creo que es el tipo más empalagoso que existe. ¿Se habla de carreras?, él sabe más que todos; ¿de guapezas?, él ha muerto a alguien de un solo golpe; ¿de amores?, por él se mueren las niñas... Tan bonito... Luego me iba a morir yo por semejante prenda...

ROSITA.

— ¿Vos lo aborrecís?

LAURITA.

— Lo detesto.

ROSITA.

— Y dicen las malas lenguas que se va a casar con vos.

LAURITA.

— Sí; miren que noticia tan lastimosa. Yo estaba esperando a un farsante pa novio. Oye, dile, cuando venga que se arregle, que yo dije.

ROSITA.

— Yo creo que te conviene, gana mucha plata.

LAURITA.

— En la Sección le dan doscientos pesos...

ROSITA.

— Pero él es bien vivo el ojo; redondea... lo menos otros doscientos.

LAURITA.

— Esas vivezas de ojo no me gustan.

ROSITA.

— Vos sois muy lesa. Apuesto a que querís a ese tonto pavo de Óscar.

LAURITA.

— ¿Y qué tiene? ¿No es hombre Óscar? A ver, quién de los amigos de esta casa es más inteligente, más bueno, más digno de que se le quiera?

ROSITA.

— Es un tonto pretencioso. Por ser bueno se queda sin comer. Y pa qué... para que se rían de él. Te creís que le agradecen.

LAURITA.

— El no discute si le agradecen o no. Hace bien porque es bueno.

ROSITA.

— Tan de acuerdo... Muy bien... Le diré a mi papá.

LAURITA.

— Qué le vas a decir...

ROSITA.

— Que tenís novio, y cuál es...

LAURITA.

— Yo no he dicho que sea mi novio. Y si él me quisiera de otro modo... no así como hermanos, me casaría con él, aun-que todos se quedaran con una cuarta de nariz.

ROSITA.

— ¿No te quiere pa novia?... Mira si es discreto... Tendrís que "decirle" vos... ¡Ja, ja, ja! ¡Qué hombrecito!

LAURITA.

— Igualito al tuyo... más grosero... y borracho y ladrón... Sí, ¡ladrón!

ROSITA.

— Gana plata. Y es hombre...

LAURITA.

— Y hasta te pega... Y te dice obscenidades delante de la gente. Creo que tú has perdido la vergüenza. Nunca creí que llegaras a casarte con semejante tipo... que te dejaras maltratar... besar por él...

ROSITA.

— Es mi marido...

LAURITA.

— ¡Perra!

ROSITA.

—¡Laura! (Pausa). Da gusto. A vos no te gustan los hombres. Veremos en lo que vas a caer.

LAURITA.

— En cualquier cosa decente. Yo quiero dejar el conventillo, no quiero ser más cómplice de robos como vos... quiero irme... tengo tanta vergüenza... Parece que todo el mundo conoce el género de vida que se lleva en esta casa; parece que todos saben que aquí se come y se viste con mal adquirido dinero. (Llora).

ROSITA.

— Ya 'sta déjate de penas, no te preocupís. Escucha: (Canta acompañándose de la guitarra.) "Soy una chispa". ¿Te gusta?

LAURITA.

— Parece mentira que tengas valor de cantar.

ROSITA.

— Hoy es San Juan: celebraremos a mi papá y cantaremos.

LAURITA.

— Yo me voy pa onde ña Peta.

ROSITA.

— Vos sabrís. (Entona un aire de cueca).

 

(El Aguilucho, por la derecha)      

AGUILUCHO (Dentro).

— Corre que te pincho, ¡seis chauchas, seis cinco! (Sale). Era que no mi alma. No la perdamos, Laurita, baile con su perro viejo una cuequicita. (Van a bailar). Toque, comadre. (Mirando la cara a Laurita). ¿Que no está llorando? No toque na, señor, que la alegría ajena aumenta la pena propia; y caa golpe de bordón es una hería que le hacen a uno en retoíto el corazón. (Se sienta atrayendo a Laura hacia él). Qué tiene, mi regaloncita, dígame po qué llora. Le juro por mi mamita que quien la mortigique tendrá que vérselas con Juaco Flores. (Con ternura). ¿Qué tiene?

LAURITA.

— Naa, Juaco.

AGUILUCHO.

— No me quiere ecir... Güeno... Sabe que la quiero, que aonde usté quiere poner los pies, este pobre roto pondría el alma.

LAURITA.

— Tengo pena, no sé por qué, me parece que seré fatal; me parece que en mi sangre hay veneno., me parece que soy mala, que tengo en la frente una marca negra... Soy el montón... Soy mala siendo buena... ¡No conocí ni a mi madre!

AGUILUCHO.

— Meconcito. Si a usté no le falta na pa santa. Usté es la criatura más regüena que hay. A usté la echó Dios al mundo pa que los mortales conocieran la güenura. (Pausa). Oiga... No me entristezca... Eche una risa pa su negro... (Laura ríe). ¿No le decía yo? Si no había pa morirse.

ROSITA.

— Y por qué; cree que estaba enojá...

AGUILUCHO.

— Usté lastaría hallando fea a la niña.

ROSITA.

— No... sí.

LAURITA.

— Déjate, Rosa.

AGUILUCHO.

— Dejémosla... Oiga, Laurita, dígame si me hace un favor.

LAURITA.

— El que usté diga.

AGUILUCHO.

— Benhaiga la boca que da esperanza. Bendito sea Dios... Laurita, usté no me aborrece agora.

LAURITA.

— No Juaco.

AGUILUCHO.

(Sacando un Silabario). Usté sabe que Óscar me'sta enseñando a ler ¿y que no se me ha olvidao la leución de las doce? Si cuando llegue no la sé, es fijo que se enoja. Démele una pasaíta.

LAURITA.

(Sonriendo). ¿Ese era el favor?

AGUILUCHO.

— Le parece poco...

LAURITA.

— Es que soy capaz de sacrificarme por usté.

AGUILUCHO.— ¡Laurital... ¡Me vas hacer llorar, chiquillal.

ROSITA.

— Y tanto que lo aborrecías...

LAURITA.

— Yo creía que era malo.

AGUILUCHO.

— Y cuando ella no me halla malo no ebo ser... Bendito sea Dios. (Pausa) Enséñeme, chinita. Aquí... Toy en el perro... (Lee). Perro, Perro, Pe-rr-o. Aquí es aonde me cuesta.

LAURITA.

(Marcando los sonidos). P-e-rr-o. Así.

AGUILUCHO.

(Repite). P-e-rr-o, ecco... Ya lo sé... Mire la letra agora, quién dijera Juaco Flores letreao agora.

ROSITA. (Riendo).

— Güeno el hombre...

AGUILUCHO.

— Y qué le saca, pues, comadre.

(Aparece Ña Juana, por la derecha)

AGUILUCHO.

— Mamita, ya la sé ya.

ÑA JUANA.

— ¿Y apriende?...

LAURITA.

— SÍ.

AGUILUCHO.

— Era que no, mi alma. Estiotro año cuando yo sea bien letor se le van a llegar a quier las canas a la vieja tomando mate y escuchando ler... No podía...

LAURITA.

— la p no se hace así. Miren que parece.

AGUILUCHO.

— Qué vamos a hacer. Tíreme las orejas por torpe. De modo que no es así el ganchito. (Escribiendo). No pueo.

LAURITA.

— Así. (Tomándole la mano). Así.

AGUILUCHO.

— A ver yo solito... ¿Ah? ¿qué tal? Como se píe guacho. Ya se hacer la p. (Escribe). Aquí dice perro bien reclaro. (Escribe la palabra en todas partes, en el piso, en las paredes, en la mesa). Perro... perro... perro... chica la perrería que'hey puesto... Ni que'stuviera retratando la vía el pobre que es la perrería más completa que hay. Laurita, déme permiso pa tomar una copita... sin chirrir pue; yo no quiero que lo sepa Óscar.

ÑA JUANA.

— Óscar será tu paire...

AGUILUCHO.

— Ya salió mi mamita con las que no se usan.

LAURITA.

— Tome Juaco. (Le sirve).

AGUILUCHO.

— Se l'hago con lo que puea.

LAURITA.

(Bebe). Con la mitá.

AGUILUCHO.

(Bebiendo). Mecón que queó ulce el licor. Usté tomó por aquí. Ya sé. Voy a adivinar a quién quiere.

ROSITA.

— ¿A quién?

NA JUANA.

— A ver a quién.

AGUILUCHO.

— ¿Lo igo, Laurita?

LAURITA.

— Si lo sabe... Yo no guardo secreto. Cuando quiera a alguien lo voy a decir bien claro.

AGUILUCHO.

— Eres letrá... No hay que ser mojigata. Hay unas que parece que no quiebran un huevo y son más reandaoras que gata en Agosto.

ROSITA.

— A quién quiere. Apuesto que no sabe.

AGUILUCHO.

— Apuesto que sé.

ÑA JUANA.

— Que apuestan.

AGUILUCHO.

— Le apuesto un abrazo bien apretao.

ROSITA.

— ¿Sí? Mire, lo pasao e frío. Lo que se le habia fruncío al niño.

AGUILUCHO.

— ¿Qué me halla muy feo? Y al último por feo que sea soy mejor que su marlo...

ROSITA.

— Y pa qué se pica.

AGUILUCHO.

— De puro leso pues; qué saca uno con picarse con estos gallos que los ayúa el diablo.

LAURITA.

— Y a quién quiero, entonces...

AGUILUCHO.

— Si adivino, ¿qué me dá?

LAURITA.— Lo que usted quiera.

AGUILUCHO.

— Yastá. La Laurita como es güena cristiana, quiere a Dios sobre toas las cosas. ¿Le achunté? (Todos ríen).

ROSITA.

— Con lo que salió...

LAURITA.

— Me ganó, ¿qué quiere?

AGUILUCHO.

— Un abrazo. Tápese la cara, Rosita.

LAURITA.

— (Lo abraza). Ya.

ROSITA.

— ¡Laura!

LAURITA.

— Si estoy enterita niña, para qué tanto escándalo.

AGUILUCHO.

— Y paresto la Rosita tamién hasta miá besao.

ROSITA.

— Habráse visto farsante... ¿cuándo?

AGUILUCHO.

— Güena cosa e memoria, pal año nuevo pues...

NA JUANA.

— Ve con lo que salió. Oiga Rosita véndame unos cho-ricitos par hacerle un guiso a "Canta ruja"

AGUILUCHO.

— ¿Canta ruja? Bien, con tal que los chorizos queen güenos. Lleve una copita de aguardiente pa hacer una cachaíta de café tricolor, repatriota.

ROSITA.

(Despacha). Ahí tiene.

NA JUANA.

— Apúntelo.

AGUILUCHO.

— Pero sin rayar mucho el lápiz.

ROSITA.

— Aquí se les apunta lo legítimo no más; no se esté creyendo.

AGUILUCHO.

— Si no creo na. Tan mal genio que tiene. Ya se había enojao ya.

(Óscar, más triste que de costumbre, por el foro)

ÓSCAR.

— Buenos días.

LAURITA.

— ¡Óscar! (Lo toma de las manos).

AGUILUCHO.

— Era que no supiera la leución; mire preceutor, en toas partes, ¿cómo irá a ver?

OSCAR.

— Perro... perro...

AGUILUCHO.

— Ta que espanta la perrería. ¿Le doy la tarea?

OSCAR.

— Allá en mi pieza. ¿vamos?

LAURITA.

— Vamos; yo también tengo que dar la lección de solfeo y ver a la viejita.

ROSITA.

— Qué cuidao te'sta bajando ahora que llegó Óscar.

OSCAR.

— ¿Usté cree, Rosita, que hay algún inconveniente en que vaya?

ROSITA.

— Yo no digo eso.

LAURITA.

— Si lo hace de intrusa...

ROSITA.

— Es que me llama la atención una amitá tan crecía.

LAURITA.

— ¿Y a vos qué te pica?

AGUILUCHO.

— Tan mala viviora que l'han de ver, Rosita, parece que juera leña verde; se lo pasa chirriando no más.

OSCAR.

— No vaya, Laurita, su papá se puede enojar.

LAURITA.

— Pero si yo...

OSCAR.

— Usted es mirada como hermana menor. Vamos. Joaquín.

AGUILUCHO.

— Vamos. (Haciendo un gesto a Laura). Venga, tengo que darle una cosita.

LAURITA.

(Mirando a Rosa). ¿Voy?

ROSITA.

— Después irís.

OSCAR.

— Hasta luego, Rosita. (Mutis)

AGUILUCHO.

— Luego, mamita, esos chorizos, menos palique y más trabajo; ya sabe que este tosco sabe la leución.(Mutis).

LAURITA.

(Se echa sobre una silla llorando).

ÑA JUANA.

— No li ha dao poco juerte.

ROSITA.

— Es una maravilla...

LAURITA.

— Usté, ña Juana, habla de intrusa, usté no tiene nada que ver conmigo.

ÑA JUANA.

—Ya me voy, hijita. Sea por Dios, Señor. De repente me olvido que las niñas algunas son de virio. (Mutis).

(Laurita y Rosita y un Turco buhonero por el foro)

ROSITA-

— Ya'stá la lagrimilla... ¿No te da vergüenza pasártelo llorando por un hombre?

LAURITA.

— Y a vos qué te importa...

ROSITA.

— Lo querís... De veras que son hermanos...

TURCO.

(A la puerta). ¡Tenda!

ROSITA.

— Pase casero.

TURCO.

(Cariñoso). Buenas tardes señoritas. ¿Cómo va por aquí...?

ROSITA.

— ¿Por qué había de ir mal? Por aquí va bien no más.

TURCO.

— Güeno la casiera. Y usté, Laurita, ¿está enfermo?

ROSITA.

— Está enferma de amor.

TURCO.

— ¿De amor? Güeno la casiera...

ROSITA.

— No halla novio...

TURCO.

— No es cierto, ella es muy bonido... Debe estar enferma...

ROSITA.

— Sí es cierto...

TURCO.

(Suspirando). Yo tampoco. Y tanto trabajar. Vendo todos los días...

ROSITA.

— ¡Y pide tan barato!

TURCO.

— Ben barato... ben barato...

ROSITA.

— Vamos a ver la tenda. (A la derecha). Comadre Juana.¡El casero!

ÑA JUANA.

(Dentro). ¡Ya voy!

TURCO.

— Aquí tiene casiera. Traigo medias calás ben lindas superior calidá y ben baratas: siete pesos el par.

ROSITA.

— Las anda regalando casero: dos pesos le doy.

TURCO.

— No casiera... seis pesos.

ROSITA.

— No, dos...

TURCO.— Tres...

ROSITA.

— Ya sabe pues lo que yo quiero, dos pesos.

TURCO.— Tres...

ROSITA.

— Ya, tres pero no se las pago al tiro.

TURCO.

— No importa casiera. Laurita, aquí tiene su encargo.

ROSITA.

— ¿Qué es?

TURCO.

— Una corbata.

LAURITA.

— Sí, para Óscar.

ROSITA.

— ¡Ah!

TURCO.

— ¿El novio?

ROSITA.

— Esta no tiene novio. Lo quiere a Ud., casero.

TURCO.

— Me está enganando casiera.

ROSITA.

— ¿Cómo son los casamientos por su tierra?

TURCO.

— Por allá se cambian las niñas.

RoSITA.

— ¿Cómo?

TURCO.

— Se le da al padre una suma de plata... y lo demás...

ROSITA.

— Yo me casaría con un turco. Son trabajadores los pobrecitos. Pero son moros.

TURCO.

— Yo estoy bautizao...

LAURITA.

—Los turcos son muy celosos...

TURCO.

— Es que las niñas no son bastante serias.

ROSITA.

— Cásate con el casero; tiene su buena paquetería...

LAURITA.

— El casero no me quiere.

TURCO.

— Sí, lo quiero... (Las niñas se ríen). Aquí tiene cosas ben finas. (Muestra los cestos). La peine, la jabone, la polvo...

ROSITA.

LAURITA.

— ¿Toda la tienda?

ROSITA.

— ¿Le estay ayudando a cuidar?

TURCO.

— Saque no más, casiera.

(Ña Juana, por la derecha)

ÑA JUANA.

— Cómo le va, casero.

TURCO.

— Bien casiera...

ROSITA.

— Mire si trae cosas bonitas este casero diablo. Y no es na; se va a casar con la Laura...

TURCO.

— (Riendo). No, casiera, no le crea.

ROSITA.

— Y a mí me gusta.

ÑA JUANA.

— Claro, un hombre trabajaor con su güena paquetería y hasta bautizao. Hallara yo un turco... no s'iba a casar na'ste pollito.

ROSITA. (Ríe).

—Esta comadre.

ÑA JUANA.

— De que se ríe Rosita. ¿Ud. cree que no las acuño tuavía: Tuavía me hallo capaz d'ir al Puerto a remoler, hijita. Casero venga a servirse un trago.

TURCO.

— Me curo, casiera.

ÑA JUANA.

— Me, que toque, venga no más, que laya de hombre y con ganas de casarse. (Bebe el turco). Agora sí que le creo.

(Mientras el turco bebe, Rosita le roba mercaderías. Laura observa nerviosa y disgustada).

ROSITA.

— Bastante comadre, el casero se puee curar.

NA JUANA.

— Si es una cuba. Salú, casero. (Bebe).

TURCO.

— Gracias casiera... Yo pago.

NA JUANA.

— Cómo se le ocurre; esto se lo servimos nosotras.

TURCO.

— Gracias.

ROSITA.

— No dejo más que las medias ahora: otra vez le dejo más.

LAURITA.

— Casero, ésta le tiene escondidas muchísimas cosas.

ROSITA.

— No le crea casero...

ÑA JUANA.

— ¿Cuál es la percala?

TURCO.

— Mañana le traigo, casiera. (Contando la mercadería). Me faltan: un jabón... polvos... un pañuelo de seda...

LAURITA.

— Entrégale sus cosas al casero, sinvergüenza.

ROSITA.

— Una travesura. Tome casero. (Le entrega las cosas).

TURCO.

—Mañana vengo. Miren las travesuras de la jasiera... Adios. (Se va).

ROSITA.

— Bueno si sois inserible. El dia menos pensao te las vai hallar conmigo. Te voy a pegar sin compasión. Miren que cuidadosa había llegao ahora.

ÑA JUANA.

— Si a estos turcos no les cuesta na.

LAURITA.

— Menos les cuesta a ustedes robar. Son más miserables... Cuando pienso que soy tu hermana se me sube hasta el corazón una angustia, una vergüenza... Si es una picardía por Dios, Señor... (Se va por la derecha).

ROSITA.

— A ver a Óscar.

NA JUANA.

— Sale aprovechá. Y es más pone nombre y más mala ganchera...

ROSITA.

— ¿Me va a creer? Le estoy agarrando un odio...

ÑA JUANA.

— No es pa menos. Es una criatura inservible, no tiene una inteligencia.

(El Barril, por el foro)

BARRIL.

(Jactancioso).Le llegó al cumpliorcito.

ROSITA.

— Cómo así.

BARRIL.

— Los mesmos trabajadores le pidieron al ingeniero que lo echara.

ROSITA.

— ¿Por qué?

BARRIL.

— Por inservible... Figúrese que nos los dejaba echar una gárgara a gusto a los niños. Tenían que pasárselo dale que dale retoíto el día.

ROSITA.

— ¿Quién es el mayordomo ahora?

BARRIL.

— Yo. Tengo los dos puestos con los dos sueldos. Si no se hubiera metío a gordo na le hubiera sucedío. A ver aónde va a hallar trabajo agora. Ya lo veré cuando ande por ahí arrastran-do la jeta, muerto de hambre.

ÑA JUANA.

— Y tan supiritante que se había puesto... Y chatre...

ROSITA.

— Eso, pues... Si too lo que gana es pa echárselo encima. (Pausa). ¿Y él sabe que le quitaron el destino?

BARRIL.

— Cómo no, pues.

ROSITA.

— Por eso llegó tan cariafligido. Aquí se encontró con el aluno.

BARRIL.

— Yo no creí que Juaco juera así.

ÑA JUANA.

— Yo no se lo pueo quitar. Y aónde ha de ver usté, apriende montón: ya sabe firmarse.

BARRIL.

— Pa qué más.

ÑA JUANA.

— Y no le parezca poco. Así sabrá desplicarse en toa parte. Da gusto ver a los hombres que por su pluma se despercuden aonde les toca.

BARRIL.

— Y no han hecho ningún preparativo pal San Juan.

ROSITA.

— La comía sta hecho: estofao, asao, cazurla, dulces, ponches, mistelas, vino, chancho, fiambres... hay de too. Han mandao la mar de tarjetas.

ÑA JUANA.

(Suspirando). Toos los años yo había tenío pa como saluar al compaire y este año ni agua... mia tocao tan pobre.

ROSITA.

— Pero usté ha ayudao.

BARRIL.

— Usté tiene que venir pacá pa que le ayúe a ésta a servir la mesa, porque la señorita Laura dengue no sirve pa na.

NA JUANA.

— Yo voy a dale que comer a Juaco pa'star lista. (Me dio mutis).

(Aparece el Aguilucho, con una botella de gran tamaño)

AGUILUCHO.

— Mamita no me haga na comía, voy a comer con Óscar. Rosita, lléneme esta botellita.

BARRIL.

— Pa qué anto vino. ¿No'stai de temperante agora? (Ríe).

AGUILUCHO.

— Pa qué pone tanto nombre, iñor. Si soy o no temperante, a usté no limporta na. ¿O es que usté sigue de intruso?

BARRIL.

— Güeno que 'stai comendante ¡oh! no sea cosa no más...

AGUILUCHO.

— Cosa quiero que se... Y dei...

ÑA JUANA.

— No le haga juicio a éste.

AGUILUCHO.

— ¿No me haga juicio? Yo iz que'staba loco... Y los locos golpean rejuerte.

BARRIL.

— No te echafanís tanto, no te le vaya a quer la cuchilla... es barvariá oh...

ROSITA.

— Ya'sta, déjense, no se pueen ver, parece que o se conocieran.

AGUILUCHO.

— Porque los estamos conociendo es porque reclamamos.

ROSITA.

— Güeno, no reclamen más; tome su vino.

AGUILUCHO.

— ¿Cuánto es?

ROSITA.

— Na; se lo regala el santo...

AGUILUCHO.

— Es el primer santo que lu hace. Casi creo que sea santo... gracias. (Se va y se detiene en la puerta).

ROSITA.

— Oiga, Juaco, dígale a la Laura que se venga.

AGUILUCHO.

— Dígale al santo que o soy mensajero...

BARRIL.

— Es que no tiene na que hacer allá.

AGUILUCHO.

— Cómo sabe, eñor... A usté se le pone que no tiene na que hacer... Güeno el hombre... No tendrá amigos la Laurita...

BARRIL.

— La Laurita...

AGUILUCHO.

— Y con la pica que la nombra... por suerte usté no es el paire... ¿Y qué saca con su rabia? Cuando más morderse la lengua. Se me hace que a usté no le sale ni sangre.

BARRIL.

— On Aguilucho...

AGUILUCHO.

— Creo que la Laurita ta mejor allá que aquí: allá la quieen, y no hay quién lenseñe malas costumbres... Ella se aparta de ustedes, claro... cómo se va a juntar el aceite con el agua... (Se va).

BARRIL.

(A ña Juana). Mire su hijito... Me le hace que va a tomar pa ponerse a odiar.

NA JUANA.

— M'hijo será como usté quiera, pero no es odioso más que cuando le hacen por que,

BARRIL.

— ¿También le hacen por qué a ese gran caballero?

ÑA JUANA.

— No se necesita ser gran caballero... ¿Usté quiere que el otro tenga paciencia e burro?

BARRIL.

— ¿Y quién es él? Un presidiario que el mejor día va a dar de nuevo a la cárcel.

ÑA JUANA.

— Y yo soy la maire de ese presiario y lo quiero más que a mi sangre. Es presiario y yo tengo la culpa. No lo supe enseñar. Es lairón porque... usté sabe que hay quien lo obliga a robar... Hay quien lo negocea... hay honraos que viven a costillas del fatalizao, del lairón! Usté es honrao... y roba a sus compañeros y por sus cuentos mandan a la calle a los honraos. No crea, tamién le llegará. Vendrá un día en que se sepa que los ladrones públicos, son más honraos que muchos hombres de bien... que muchos agentes de la autoriá. Mi'hijo ha sufrío, ha llorao... preso... fatalizao... Habrá maldecío a su maire... que no tuvo reposo, que no durmió rogando a Dios por él; escuchando injurias que él no llegó a oír; pero que resonaban en el corazón de esta pobre conventillera que es maire, no de las que no reconocen a sus hijos... Es maire de un lairón, y no lo dice con dolor, y lo dice con orgullo, de un lairón más güeno y más honrao que los honraos. (Llora). Y en un día como éste en que había de'star alegre, me escupen a la cara con injurias... Me voy a mi cuarto a estarme con m'hijo, y comerme lo que los robos me permite, a temer y a llorar hasta en sueños, a vivir esta vía emponzoñá... Los pobres somos trapos viejos pa limpiar las manchas de los que tienen más... Después, ellos limpios.., y los trapos al fuego... (Se va).

ROSITA.

— Ya la hiciste enojarse y la comadre no güelve a dos tirones.

BARRIL.

— Güena cosa e pena. Una güena bolsera no más se va.

ROSITA.

— A vos no te bolsea.

BARRIL.

— Es a vos... (Se acerca al mostrador y bebe una copa). Que no puea uno'star tranquilo... (Pausa cortante, prolongada).

ROSITA.

— Oye... (Varias veces intenta entablar diálogo sin conseguirlo).

Voz del AGUILUCHO.

(Dentro. Cantando). El veinticinco de Mayo me tomaron prisionero ya la cárcel me llevaron al calabozo primero. Calabozo de mi vida sepultura de hombres vivos donde se muestran tianos los amigos más queridos.

BARRIL.

— Algo ha aprendío...

ROSITA.

— Ese canto me da pena...

BARRIL.

— ¡Ah! te da pena, mirá... (Dentro. Otra estrofa).

Madre, para qué tuviste

un hijo tan desgraciado

que a los veinte años cumplidos

debía ser fusilado.

Calabozo de mi vida, etc.

 

ROSITA.

— Este hombre me va a hacer llorar. ¡Parece mentira que haya quién empuje a los otros a la cárcel!

(El Primero Araya, Marcos Pérez, convidados de ambos sexos por el foro)

Voces.

— (En la calle). ¡Qué viva San Juan! ¡Qué viva! (Salen).

ARAYA.

— Buenas noches. Señores, tengan la bondad de pasar y sentarse como Dios y su comodidá se los dé a entender. (Pasan y se sientan).

PÉREZ.

— Rosita, sirva una copa a la reunión pa afirmar la llegó,

(Rosa y Barril sirven).

ARAYA.

— ¿No ha venío mi comaire Juana?

BARRIL.

— Se jué enojó conmigo.

ARAYA.

— Es malo que la friegue.

ROSITA.

— Por qué no pasan a esta pieza que es la que 'sta arreglá.

ARAYA.

— Pasemos. (Pasan todos los convidados y Araya, por la izquierda).

(Óyese preludir una guitarra).

PÉREZ.—

 ¿Y la Laurita?

BARRIL.

— Yo creo qu'está volao. Se la quitan, compaire...

PÉREZ.

— ¿Y quién es el diablazo?

BARRIL.

— Oscarito, pues.

ROSITA.

— Güeno el hombre lengua de hacha. No le crea, Pérez.

BARRIL.

— ¿Y aónde está la Laura? "Aonde la quieren y no le enseñan malas costumbres".

PÉREZ.

— ¿Ta en la escuela?

BARRIL.

— Y creo que hasta le van a enseñar el amor. Está en la escuela de Óscar.

PÉREZ.

— Le pego un sopapo al gallo...

BARRIL.

— Tiene proteutor.

PÉREZ.

— ¿Sía? Quién...

BARRIL.

— El Aguilucho... Óscar le está enseñando a ler.

PÉREZ.

— A ese creo que le'sta estorbando la libertad.

ROSITA.

— Joaquín no les hace na.

PÉREZ.

— Cállese, hijita. Usté no sabe na las cosas de los hombres.

ROSITA.

— ¿De los hombres como ustedes?

PÉREZ.

— Y de cuáles quería...

ROSITA.

— De los hombres. Pérez, ¿quiére que le diga una cosa?

PÉREZ.

— No diga na, si ha de ser consejo o mala noticia...

ROSITA.

— Usté sabrá... ¡Yo no creí que fuera tan cobarde!

PÉREZ.

— Si cobarde no soy... es que... ¿No me iba a hablar de la Laurita?

ROSITA.

— No; le iba a hacer una pregunta.

PÉREZ.

— Usté, dirá.

BARRIL.

— No le haga caso, Pérez, esta es una tonta inservible, igual a Potra.

ROSITA.

— Vos, cállate, sois bastante pesao e sangre. Te aseguro que nunca a acabo de arrepentirme de haberme casao con vos.

BARRIL.

— Vos sabrís... Pobrecita... no digo yo... Si'stai arrepentía que más tenís, pues, oh... Échalas, pues... A ver si en otra parte te enderezan. Lo que hay es que vos tamién... Sí, vos y la güena prenda de tu hermana...

ROSITA.

— ¿Qué te hace mi hermana? A ella no tenís que sacale ni como lo negro e l'uña. Ella no te soporta por que sois grosero, ordinario, y ella es mejor de alma que toos. (Cantan dentro una canción).

BARRIL.

— Vamos, Pérez oh, a oír cantar, deja que a la galla se le pase la mosca.

PÉREZ.

— Vamos. (Medio mutis). Rosita, dígame... que es lo que me iba a decir...

ROSITA.

— Na...

PÉREZ

— Porque s'echa pa atrás, diga no más.

ROSITA.

— ¿Es capaz usté de exigir de una persona, lo que no sea voluntario?

PÉREZ.

— ¿Lo que no sea voluntario? En cariño... ¡sí! Por que hay uno favorecío... No... no... eso no... Ahí... ¡el fuerte!

ROSITA.

— Eso era too.

PÉREZ.

— ¿Laurita no me quiere?

ROSITA.

— Pregúnteselo a ella.

(El Primero Araya, por la izquierda)

BARRIL.

— Ya ve, no se ha venío la dije. No sé qué tiene que hacer allá... Vaya a uscala, suegro, que venga pa acá. Pérez, no sea leso, hei tá con la cara más relarga que un día nublao...

PÉREZ.

— Me voy.

ARAYA.

— Está disgustao con nosotros.

PÉREZ.

— No hay razón... Rosita, póngame un vaso de vino con azúcar.

ARAYA.

— Eso es engañar la amargura pues eñor.

ROSITA.

(Sirve). Aquí tiene.

ARAYA.

— Voy a ver a la Laura. (Mutis).

PÉREZ.

— Rosita, pesá su broma.

BARRIL.

— ¿Tabai haciendo bromas? que te merezca pillar yo a ver.

ROSITA.

— Ya llegó él... el cerro Cordillera. Da risa... Te aseguro que soy capaz de matarte como a un perro; ya me'stas cargando, ya...

BARRIL.

— La adivina me dijo que tendría una larga vía...

ROSITA.

— La adivina te engañó para no verte llorar…

 PÉREZ.

(Bebiendo un sorbo). Está bueno. ¿Ha tomao vino con azúcar, usté?

BARRIL.

— Sí, cuando era loro... (Ruido a la derecha).

 

(Salen Araya, el Aguilucho y Laurita)

 

Voz de ARAYA.

— Venga Óscar...

PÉREZ.

— ¿Cómo le va, Laurita?

LAURITA.

— Bien.

PÉREZ.

— ¿Por qué no había venío? ¿Era por no verme?

LAURITA.

— Estoy acostumbrada a todo.

PÉREZ.

— Muchas gracias.

AGUILUCHO.

— No hay de qué.

Voz en la Izquierda.

— Que venga algún dueño de casa, pues.

ARAYA.

— Ya voy. Vamos niños.

PÉREZ.

— Laurita, ¿quiere servirse una copita de vino? Está con azúcar.

LAURITA.

— Muchas gracias.

PÉREZ.

— ¿Me desprecia?

LAURITA.

— ¿Por qué? Es que no tomo.

BARRIL.

— Tan polida. No quiere ¿ah?

AGUILUCHO.

— No es con usté amigo.

BARRIL.

(Al Aguilucho). Oye intruso.

AGUILUCHO.

— ¿Me llamó?

PÉREZ.

— Sírvase una gotita.

LAURITA.

(A Pérez). Es inútil. No tomo.

ARAYA.

— ¿Por qué tomái?

LAURITA.

— Papá...

BARRIL.

— Tome m'hijita. Miren que lindura desairando a la gente.

PÉREZ.

— Si no toma me voy.

LAURITA.

— Usté es muy dueño.

PÉREZ.

(Dejando la copa.) Entonces buenas noches.

ARAYA.

(Deteniendo a Pérez). No faltaba más. (Autoritario). Laura, recíbele la copa. Sírvale Pérez.

LAURITA.

(Al recibirla deja caer la copa). ¡Ay!

PÉREZ.

— La dejó caer de propio.

LAURITA.

— Sí, de propio. No quiero vino. No me hace falta. No quiero que me fuercen la voluntad. ¡No tomo!

PÉREZ.

— Entonces me desprecia.

LAURITA.

— Si ese es desprecio. ¡Sí!

BARRIL.

— Miren que pollita, juera mía yo la desaparecía.

AGUILUCHO.

— Y en qué topa, pues.

ROSITA.

(A Pérez). No le decía...

BARRIL.

— Que tal la dije. Apuesto que si se la diera el pasmao de Óscar se la recibía.

LAURITA.

— Sí; porque Óscar es mi amigo.

PÉREZ.

— Está bien. (Derrama el resto del vino y se queda silencioso).

BARRIL.

(A Óscar). Que tal don Osquita. Esta niñita es amiga suya. Usté le enseña estas cositas.

OSCAR.

— Sí, señor; le he enseñado que tenga voluntad, que no se deje dominar por cualquiera.

BARRIL.

— Miren el niñito.

ARAYA.

— Nunca creí Laurita que hiciera esto y conmigo. Qué dirán los amigos. Quién querrá venir aquí, portándote así vos.

LAURITA.

— El que venga a darme vino, que no venga.

PÉREZ.

— Está bien Laurita. Pero no se me olvidará nunca, nunca... y puee ser que le pese.

AGUILUCHO.

— No le'ste dando susto a la niña, que se puee morir del ánimo.

PÉREZ.

— ¿Y vos tai de payaso? Me da rabia te mando pal cuartel lo mesmo que'l tres de basto.

AGUILUCHO.

— Mándeme pues patrón. De vera, que usté es el dueño e la comisaría.

(Aparece comaire Juana, por la derecha)

ÑA JUANA.

— Joaquín, vení pacá. No quiero questís aquí. Hace un momento que me ijeron que erai un bandío, un presiario.

BARRIL.

— Mentirían.

AGUILUCHO.

— No. Yo no niego quei tao en la cárcel, ni quei robao. ¿Y qué tiene? ¿No roban ustedes? ¿No han ido a la cárcel? Ya irán. Ud., don Barril, es un ladrón de la peor especie. No se expone. Es un gran canalla, no se iguala a mí porque no tiene mi corazón. (Pausa). Madre, venga pacá. No tema, que estando conmigo cada lágrima suya, la cobro a precio de sangre. Venga, mi vieja, qué le dijeron estos cobardes, que yo era ladrón, y que usté era mi madre y qué más. Digan más, cobardes. Madre e hijo somos dos seres, dos voluntades grandes, grandes... No como ustedes. Echen ponzoñas sierpes, más ponzoña, envenénense con ella, muérdanse la lengua, muérdansela. (A Pérez). Habla perro, se te heló, ja, ja, ja! Ahora no se trata de una vieja. (Pérez da muestras de nerviosidad). Qué le pasa don Marquito. Se enoja porque lo desairaron. Y quien es usté pa merecere una sola mirá de este sol. Usté es otro ladrón!

PÉREZ.

— ¡Joaquín!...

AGUILUCHO.

— Señor...

BARRIL.

— Pero este tipo se ha insolentao. (Toma un garrote). Creo que te estorba la luz a vos.

ROSITA.

— ¿Qué vas a hacer? Juaco tiene razón.

ÑA JUANA.

— Bendita sea tu boca.

BARRIL.

— Cállate perra. Ahora te agarro...

AGUILUCHO.

— No sea así, iñor.

BARRIL.

— Pero... (Blandiendo el palo).

AGUILUCHO.

(Sacando el cuchillo). No se apure, iñor.

OSCAR.

— Déjalo Joaquín, vamos. (Le quita el cuchillo).

LAURITA.

— ¡No se vayan! Tengo miedo sola.

ARAYA.

— ¿Qué decís? ¡De modo que le tenís miedo a tu padre! Yo te haré. Con permiso señores. (Se adelanta amenazador).

OSCAR.

— Señor, ¡respete a su hija!

LAURITA.

— ¡Oscar!

TELÓN

ACTO TERCERO

(La misma decoración)

(Ña Peta, aparece por la izquierda. Lentamente atraviesa la escena en dirección a la sala donde se oye un ruido informe. Diálogos entrecortados y risas femeninas. Preludia la guitarra y una voz de mujer entona el aire en boga).

Voces.

(Dentro). Cancha pa bailar.

(La ciega se ha detenido en la puerta escuchando con atención. Cási con miedo).

Voces.

— ¡Que baile la Laurita!

Voz de LAURITA.

— Yo no sé bailar...

Voces.

— Cómo no ha de saber... Diga que no quiere.

Voz de LAURITA.

— No quiero... (Disgustada sale a escena) Mamita.

ÑA PETA.

— Hijita.

LAURITA.

— ¿Vamos para su casa?

ÑA PETA.

— ¿Y Oscar?

LAURITA.

— Ya viene. (Se asoma a llamarlo). Oscar...

(Sale Pérez, por la izquierda)

PÉREZ.

— Señorita, dice su papá que vaya.

LAURITA.

— Dígale que ya voy.

PÉREZ.

— Pero, ¿vá?

LAURITA.

— Sí; pero déjeme; tengo que hablar con esta señora.

PÉREZ.

— Si la molesto...

LAURITA.

— No.

PÉREZ.

— Creí que todavía estaba enojada conmigo.

LAURITA.

— No me enojo yo... (Volviendo la espalda). ¿Vamos, mamita? (Pérez la mira disgustado y se va).

LAURITA.

(Volviéndose). Al fin se fue.

ÑA PETA.

— ¿Quién es?

LAURITA.

— Un pesado de sangre.

ÑA PETA.

— ¿Ese es el agente?

LAURITA.

— Sí. La ocurrencia... de que porque es él, tenga una que soportarlo... Y lo que más me molesta es la actitud tan pasiva de mi padre que no tiene carácter y hace todo lo que le dice Ramón. Y éste no hace otra cosa que molestar.

ÑA PETA.

— ¿Y qué piensas hacer?

LAURITA.

— Si me siguen empujando, me iré de la casa, no estoy dispuesta a soportar más. Me dan asco... Todo incorrecto, todo oculto... Yo no puedo vivir así, me ahogo. Y cada día que pasa siento que me voy hundiendo más. De tal modo que ahora tengo el alma llena de odio por los que desean forzarme la voluntad. Y yo antes no odiaba.

ÑA PETA.

— Y tu hermana...

LAURITA.

— Mi hermana... creo que me quiere. (Óscar se asoma a la puerta derecha).

(Sale Óscar)

ÓSCAR.

— ¿Usté aquí, mamita?

LAURITA.

— Vino a verte.

ÑA PETA.

— ¿Vamos?

OSCAR.

— Es un rato más.

LAURITA.

— ¿Estás borracho?

OSCAR.

— Apenas he bebido.

LAURITA.

— Qué dicen... qué dice Pérez.

OSCAR.

— Estaba hablando al secreto con el Barril y con tu padre. (Pausa). Si me hicieran algo... (Muestra la daga).

LAURITA.

— Está armado mamita; tiene una daga.

OSCAR.

— Se la quité al Aguilucho.

(Aparece la Rosita)

ROSITA.

— Venga señora un ratito. (Sale y se la lleva a Ña Peta. Se quedan solos silenciosos).

ÓSCAR.

— Laura...

LAURITA.

— Óscar... (Se acercan).

ÓSCAR.

— Oye... sabes lo que tratan allá dentro...

LAURITA.

— Sí... Mi entrega a Pérez.

OSCAR.

— No lo puedo consentir.

LAURITA.

— ¡Tú! (Sonriendo).

OSCAR.

— Antes me matarán.

LAURITA.

— ¿Eres capaz de exponerte, eres capaz de defenderme? Y yo que me creía tan sola...

OSCAR.

— Laurita, hace mucho tiempo que te quiero, mucho tiempo que sueño contigo. Tú me has revelado cuánto podría pedir para ser feliz; pero sé que no puedo pretenderte.

LAURITA.

— Pero, habla otra vez, no te he entendido.

OSCAR.

— Laurita... (Atrayéndola hacia sí).

LAURITA.

— Tus palabras me despiertan, me animan. Creí que tu afecto sería el de hermano. Y ¡cuánto sufría pensando que nunca me comprenderías! Óscar, repite esas palabras, repítelas, Óscar...

OSCAR.

— Te quiero mucho... Hace mucho tiempo que te quiero... Dudaba de ti.

LAURITA.

— Tú... Oscar...

ÓSCAR.

— Soy tan pobre, yo, Laura. He sufrido privaciones, tú no; mi vida ha sido un calvario, la tuya no... Y las mujeres no quieren a los pobres ni a los desgraciados, y luego, yo soy in-capaz de someterte al hambre...

LAURITA.

— Yo aprenderé a trabajar, yo sabré ayudarte, destruir tu desgracia, Mi vida por tu vida. Unamos nuestras debilidades, nuestras dos fuerzas, trabajemos mucho, amémosnos mucho y seremos felices...

OSCAR.

— ¡Laura!

LAURITA.

— ¡Iremos contra todos!

OSCAR.

— Contra todos los que se opongan a nuestra unión, a nuestra felicidad. (Se contemplan un momento y espontáneamente se unen en un largo abrazo. Sale el Aguilucho y los sorprende).

AGUILUCHO.

(Acercándose en puntillas los abraza a los dos). Bendito sea Dios. Esperaron hasta San Juan pa decirse lo que los dos sabían. (Se han desprendido. Laura ha lanzado una exclamación de sorpresa, mientras Óscar muy confundido sonríe, inclinada la cabeza). Güeno el alegrón... Y como después de un gusto viene un güen susto, tienen que poner los güesos tiesos pa aguantar los agravios. Vení pacá, Laura. Anda, parece que tuvierai vergüenza. Déjame. (Laura sonríe). Así sonría, así amaba... (Consigo mismo). Fue una noche... se me acercó sonriendo de un modo, que parecía burlarse... y la maté, la maté... Y cuando cayó llena de sangre me arrojé a ella y la besé con alma y con vía. Y lloré hasta perder la razón... (Pausa). Esta noche la hei visto a través de la puerta... aentro de mi vaso, en toas partes; hei sentío su voz como un cariño. Hei tendío los brazos pa estrechar su cuerpo... y hei dao en el vacío... (Pausa). Hijos quéranse mucho... Déjenme a mí solo, pensando en ella y en la muerte (Como rechazando visiones). No, no pueo, no... (Se sienta en una silla y llora. Laura se ha acercado a Óscar. Lo contemplan casi con miedo). Cómo lloré aquel día, Dios mío. ¡Si iré a perder la razón otra vez! Laurita, acércate, abrázame, mira que si en este momento no tengo un cariño me muero...

LAURITA.

(Lo abraza). Aquí tienes mi afecto que no es falso; nosotros te comprendemos, te amamos. Y te juro que si no hubiera sido por el compromiso que nos liga desde pequeños, te habría amado a ti. A ti, porque eres bueno, mejor que todos los buenos.

AGUILUCHO.

— A mí, al presiario, al lairón, al hijo de esa pobre vieja que insultan lo mesmo que si juera estropajo... Laurita, qué güena sois... si mentís y si decís verdá... Y yo... y yo no seré menos: mi vía, mi sangre, mi sangre pa derramarla por vos, Laurita... Laurita... (Transición). Otra vez... lastoy viendo a ella, a la Celinda. ¡Ah! ¡Yo me voy a volver loco!

(Sale Ña Juana).

(Ña Juana, por la derecha)

AGUILUCHO.

— Mamita, venga, acérquese, stoy muy solo. Siento aentro de mí toas las penas del mundo. (Pausa). ¿Qué diría usted si me muriera?

ÑA JUANA.

— ¿Qué decís?

AGUILUCHO.

— Pa qué me quiere a mí. Yo vivo na más que pa dale disgustos. ¿No es cierto que l'hago sufrir? Dígame, mamita... Pero qué le voy a preuntar a usté... si usté querrá que esté siempre vivo. Aunque'ste paeciendo, aunque la sangre de mi cuerpo me salga por los ojos en cuentas de lágrimas. Aunque mi abandono y el odio de los otros me muerda en el corazón. Mamita... usté no me compriende...

ÑA JUANA.

— Pa qué tomaste, hijito... no me atormentís. Parece que'stai como la otra ve, soñando despierto y temiendo... ¿Por qué sufrís, no sois joven, no tenís tu madre?

AGUILUCHO.

— Soy joven... pero mi juventud no sirva paná: soy lairón, mempujan por ese camino... Cuando salgo a la calle veo mil ojos que se clavan en mí, mil bocas que preántan por mí. Siento el llanto de los que maltraté, de los que hai engañao... Soy un lairón que lleva en la vía, en la sangre, ansias de matar... Mamita, mi vía es emposible. (Pausa). Óscar, dame la daga.

LAURITA.

— ¡No, Óscar; los abrazos que quieras; pero no la daga! Joaquín, eres injusto contigo mismo, empañas tu bondad con tus palabras. Yo te debo mi felicidad, yo te quiero...

OSCAR.

— Tienes amigos, Joaquín. Cálmate, no bebas más.

AGUILUCHO.

— Tengo amigos... gracias... no beberé más... porque me da miedo... porque veo en el pasado... (Cantan dentro una estrofa: "Si a media noche sintieras"). ¡Cantan! Pero si too se junta, mamita, si esa es la toná que cantaba la Celinda. No ve que too tiende a matarme. ¡Que no canten esa canción!, ¡que no la canten!, porque me hiere aquí en el corazón... Ya no soy el Aguilucho que siempre ríe... soy el que sufre... el que muere de pena, de miedo.

LAURITA.

— Voy... (Se va por la izquierda. Dentro). Señorita, le ruego que cante otra canción.

PÉREZ.

(Dentro). Cante esa no más, a mí me gusta, yo se la he pedío.

LAURITA.

— ¡Yo no quiero que la cante! ¡No quiero!, ¡no quiero! (Ruido, agitación).

ROSITA.

— Laura, ¿estás borracha?

LAURITA.

— Sí, borracha... (Salen a escena Rosita y Laurita).

(Laurita y Rosita, por la izquierda)

LAURITA.

— Sí, estoy borracha; esa canción la cantaba la novia de Joaquín, y cuando éste la oyó, sufría... y yo no quiero que sufra...

(Sale Pérez y Convidados)

PÉREZ.

— Era por vos... valiente cosa... Cántela, señora.

AGUILUCHO.

— ¡Yo no quiero que la cante!

PÉREZ.

(Al Aguilucho, llevándolo a un lado de la escena). Tenemos que hablar los dos de una urgencia...

ROSITA.

— Pase pa entro, comaire Juana, un ratito, no sea así... Ud. conoce a Ramón.

ÑA JUANA.

— Sí, lo conozco, pero no me gusta que me friegue.

ROSITA.

— Venga no más.

LAURITA.

— Déjala. (A Óscar). ¿Es verdá que no tienes trabajo?

ÓSCAR.- No. Si tengo.

ÑA JUANA.

— No tiene, se lo quitaron por les cuentos de Ramón. Yo lo oí, yo...

ÓSCAR.

— No importa.

LAURITA.

— ¡Ay, si es perro! Mira tu marío, Rosa.

ROSITA.

— Y qué querís que liaga. (Entre tanto, El Aguilucho y Pérez han discutido vivamente).

AGUILUCHO.

— En suma, ¿qué quiere?

PÉREZ.

— Que me des cuenta. Vos desvalijaste al comisario.

AGUILUCHO.

— Le juro que no... Y aunque así hubiera sío, no stoy dispuesto, óigalo bien: a subordinar mis hechos. Y usted me acusa, ante el juez, diré lo que sé, que no es poco. Y muchos Marcos Pérez que gozan a costillas de la desgracia ajena, arrastrarán los pesaos grillos y se morirán a peazos en las horribles celdas, comiendo el pan con tierra, los porotos, los insultos y los guascazos del presidio negro que encierra y castiga a los ladrones que roban un pan pa matar su hambre.

PÉREZ.

—Debís vivir con cuidao...

AGUILUCHO.

— Si no le temo, iñor. Vaya a hacer cantar la cancioncita. ¿Sabe lo que quería, su novio, Laurita? Que le diera reparto de un robo que nu hei hecho! ¡Y hay quien dice que los ladrones nu hacen faltal... Pa alimentar a ciertos Pérez. Mire, compañero Pérez, creo de la necesidá que trabaje usté en el oficio; porque yo, el Aguilucho, stoy cabriao con esas cosas y hasta con el trago, le diré. ¿Quién li ha dicho a usté que los zapateros tienen necesitá de robar pa vivir?... No les hace falta... El Aguilucho que enderezaba y robaba se murió.

ÑA JUANA.

—¡Ese's mi hijo, ese!

AGUILUCHO.

(Con transporte). Le hei dao un gusto a mi maire. (La abraza).

PÉREZ.

— Está bien. (Se retira silencioso y disgustado).

AGUILUCHO.

— ¿Qué tal el niñito?

ÑA JUANA.

— ¿Te quería comprometer?

AGUILUCHO.

— No... Quería aceite... Pero ya si acabó... Joaquín Flores ya nuestro el Aguilucho palimilla. ¿Y por qué no? Óscar me ha dicho que toos la llevamos dentro del cuerpo. Yo me formaré la voluntá, mandaré a este cuerpo rebelde, a estas penas asesinas. Y me olviaré de too lo que me atormenta, seré otro, otro más feliz, más grande.

ÑA JUANA.

— ¡Qué gusto me da de oírte hablar así!

AGUILUCHO.

— ¿Usté no halla, como tóos, qui hablo e leso?

LAURITA.

— Es que naces. Es que tu cuerpo empieza a contener otra alma mejor. Señora Juana, comprenda a su hijo; comprenda que yo, la metía a rica, tenía razón, que la vida tiene otro objetivo, más grande que el de comer, beber, hablar del prójimo y dormir. Y tú, Óscar, ¿no dices nada?

OSCAR.

— Es que tú dices mejor mis pensamientos. Tú, pones tu alma en la dureza de mis palabras, en el dolor de mis sentimientos, porque tú tienes la virtud de embellecer todo lo feo, de endulzar todo lo amargo. Tú, tú eres la belleza misma.

LAURITA.

— Muchas gracias.

ROSITA.

(Sonriendo). ¿Es una declaración de guerra?

ÓSCAR.

— Laurita, tú lo dirás.

LAURITA.

— Sí, somos novios.

ROSITA.

— ¿Es verdá?

OSCAR.

— Sí, es verdad.

ÑA JUANA.

— Bendito sea Dios. Las almas se buscan. ¿No es así?

LAURITA.

— Creo que sí.

ROSITA.

— Que sean felices. Pero no sé que por qué esta noticia que me alegra me llena al mismo tiempo de angustia. Me parece que aquí va a pasar algo malo.

AGUILUCHO.

— Cállate, chiquilla, nostis anunciando. Y a usté, mamita, ¿qué le parece la noticia?

ÑA JUANA.

— Estos chiquillos me van a hacer llorar.

OSCAR.

— Yo también estoy triste, y no debía estarlo. Hoy es el más gran día de mi vida, hoy nos hemos comprendido y hemos encontrado almas grandes... Y, sin embargo... ¿Qué será este presentimiento? No debía creer, pego creo, es más, temo. ¿Y a tu lado a quién, estando contigo?

ROSITA.

— Han dejado de cantar. (Mutis izquierda). (Dentro). Cante ña Petita.

ÓSCAR.

— Mi madre va a cantar.

LAURITA.

— Y qué bien lo hace...

ÑA PETA.

(Dentro). Trae la guitarra. Voy a cantar una canción vieja y dolorosa como el cariño. (Preludia y canta con voz melancólica).

Mientras tú gozas del sueño

yo de amor canto a tu puerta:

despierta, querida mía,

si mi canción te despierta.

Duerme, duerme, duerme, querida...

 

En las sombras de la noche

suspirando el corazón,

llego al pie de tu ventana

a mitigar tu dolor.

Duerme, duerme, duerme, querida...

Voces.

— ¡Bravo! ¡Bien! (Aplausos continuados).

AGUILUCHO.

— Que canta rebién...

OSCAR.

— Mi madre siempre canta esas cosas, siempre. Su comprensión de ciega le muestra claramente las cosas oscuras. ¿Has visto rezar a mi madre? Mira al cielo y sus ojos sin vida parecen reflejar el universo y lo que hay más allá de él.

Voz del BARRIL.

— ¡Rosa!

ROSITA.

—¿Qué querís?

BARRIL.

— Dile a tu hermana que venga si no quiere que la vaya a uscar...

Voz.

— Cante otra cosita.

ROSITA.

(De la puerta izquierda). Laura, que vengái...

LAURITA.

— Ya voy...

BARRIL.

(De la puerta izquierda) Ya iba a venir... Hágala venir, suegro. Vaya... vamos...

(Rosita, Laurita, Óscar, Aguilucho, Ña Juana, Araya)

ARAYA.

— Laura venga.

LAURITA.

— ¿Qué quiere? (Acercándose).

ARAYA.

— ¿Qué hacías aquí?

LAURITA.

— Conversaba con Óscar.

BARRIL.

— ¿Con Óscar?

LAURITA.

— Sí, ¿qué tiene?

BARRIL.

— Ná, pues. Qué le parece, suegro. Preúntele qué amistá tan crecía tiene con Óscar.

NA JUANA.

— Y a usté qué le importa.

BARRIL.

— No hablo con usté.

ÑA JUANA.

— Yo creía...

ARAYA.

— Laura, ¿qué hacías aquí?

LAURITA.

— Ya le dije que hablaba con Óscar.

BARRIL.

(De la puerta) Venga Pérez. (Sale Pérez).

BARRIL.

(Prosigue) Desengáñese, amigo, la prenda no vale su desvelo. ¿Sabe, suegro, qué hace esta niñita aquí? Enamora con este mojigato.

OSCAR.

— Señor...

BARRIL.

— ¡Qué!

ARAYA.

(A Laurita). ¿No sabes que el señor te ha pedío pa esposa?

LAURITA.

— Sí; pero no lo quiero.

BARRIL.

— Y se manda sola, la niñita.

AGUILUCHO.

— Y dei, eñor, no se enoja el paire y usté... da risa...

ARAYA.

— Venga Óscar, dígame, ¿es verdad que usté enamora a mi hija?

ÓSCAR.

— Señor, nosotros no hemos enamorado nunca; nos queremos desde antes de nacer... No lo queríamos confesar, pero... llegó un día en que ante el peligro de que ella pudiera ser la mujer de otro, no vacilamos.

LAURITA.

— Y yo lo quiero, padre; usté lo conoce, sabe que es bueno...

ARAYA.

— ¿Y con qué se van a mantener?

OSCAR.

— No siempre encontraré canallas intrigantes que me echen del trabajo.

BARRIL.

— Si no sirve pa na este mono, eñor. La lesera más gran-de que haría usté sería la de consentir este casamiento. Y luego, la palabra que le tiene da a Pérez.

LAURITA.

— Dígame, Pérez, ¿es capaz, usté, de unirse con una persona que no lo quiera?... ¿No comprende que ocasiona dos desgracias?

PÉREZ.

— Yo pienso sólo en mí.

ÓSCAR.

— ¡Egoísta! No creo que nadie merezca los sacrificios de nadie. Menos en amor.

LAURITA.

— Es inútil, primero me dejo matar.

ARAYA.

— He dado mi palabra. No pueo consentir tus relaciones con Óscar. Si hubiera sido antes... el hombre por la palabra, hijita.

OSCAR.

— ¿De modo que se opone?

ARAYA.

— Sí; aunque con dolor de mi corazón... Mi palabra...

ÓSCAR.

— Creo que podré hacer la felicidad de su hija, y me parece sencillamente absurdo que usté proponga la dicha de una vida, a la fe de una palabra arrancada, seguramente, por sorpresa...

BARRIL.

— Déjese de discursos, eñor. Mándese a cambiar. Ya'sta a freir monos...

LAURITA.

(Interponiéndose) ¡Papá! Yo no consiento.

BARRIL.

— ¿No consiente?, mire...

LAURITA.

— ¡Miserable! ¡Te escupiera la cara!

BARRIL.

— ¡Laura, no quiera que le dé un papirote!...

LAURITA.

— Dámelo... El día que este perro entró en la familia nos envenenamos... No comprendo cómo has podido sorber el seso a mi padre, grosero.

BARRIL.

— Cállate.

LAURITA.

— No me callo. A vos te voy a obedecer.

BARRIL.

— No te callai...

LAURITA.

— Perro...

BARRIL.

— Toma, apriende... (La golpea).

LAURITA.

— ¡Por Dios! ¡Ah!, valiente!

AGUILUCHO.

— ¡Infame! (Va a lanzarse y Pérez lo sujeta).

NA JUANA.

— Suéltelo! (Forcejean).

BARRIL.

— Qué tal, don Óscar, mire cómo llora su dama.

OSCAR.

(Convulso). ¡Llora, sí, no de delor material, llora de rabia, de asco!

(Ña Peta, en la puerta. Convidados)

ÑA PETA.

— ¡Óscar! (No la oyen).

BARRIL.

— Con los niños se hace así.

LAURITA.

— ¡Así! ¡Cobarde! Padre, se deja dominar por este perro... que se come sus hijas! (Se lanza hacia él y le pega. Luchan, el Barril la arroja al suelo. Aguilucho no logra desprenderse de Pérez).

OSCAR.

— ¡Ya es bastante! (Le da una puñalada con la daga). ¡Los hombres como tú, sobran hasta en el infierno!

(La acción se hace febril. En tanto que el Barril se revuelve entre los exteriores de la agonía y los demás, sorprendidos, apenas atinan a moverse. Rosita, abrazada a su marido, lo nombra repetidas veces y trata de restañar la herida. Ña Peta, se ha acercado al grupo, anhelante, en su tez pintado el espanto de lo desconocido que horroriza. Laura, abrazada de Óscar, y Pérez y el Aguilucho, aún forcejeando cambian brevemente el siguiente diálogo).

ROSITA.

— Ramón (abrazada a él).

BARRIL.

— Dios mío... (Agonizando).

ÑA PETA.

— ¡Óscar!

OSCAR.

— Mamita...

ÑA PETA.

— Hijo mío, ¿qué te pasa?

ÓSCAR.

— (Abrazándola). Nada...

LAURITA.

— Óscar... querido, por qué lo hiciste... Por mí... Óscar. (Lo abraza).

JUANA.

(Separándolos bruscamente). ¡Arránquela, Óscar! (Empujándolo al foro). Acompáñalo vos (al Aguilucho).

(ÓSCAR se aleja maquinalmente como abrumado por su crimen, por su dolor. El Aguilucho le lava rápidamente las manos y escapa con él.)

AGUILUCHO.

— Adiós...

 

TELÓN